La mayoría de los hombres durante la niñez renegábamos de las niñas, las veíamos como marcianas, seres que no paraban de parlotear y que de alguna manera eran dulzonas e insulsas con sus “pequeños ponis” y sus moñas de colores. Creíamos que habían llegado a la tierra sólo para fastidiar, ¿Por qué cuando se armaba un partido de fútbol (que era casi una final del mundo) con los de la otra cuadra, ellas querían jugar con sus cocinitas en la mitad de la calle?
Luego en la adolescencia llegaba “Lorenza” a nuestras vidas, la llamaremos así para proteger su identidad y señalar sin miramientos a esa niña, ella quien lograba cambiar la percepción infantil masculina sobre el género femenino. Aquella niña que con su sonrisa dulce y sus ojitos pardos lograba que olvidáramos el resto del mundo y entráramos en la extraña dimensión del “aturdimiento romántico”.
Era impensable que de buenas a primeras empezáramos a disfrutar de la compañía de una niña, con los nervios que ello implicaba y todos los síntomas que esto traía consigo: Sudoración excesiva, tartamudeo, vista nublada, mente en blanco y taquicardia. Pero por alguna extraña razón nos aventurábamos a hablarles y hacerles ver que existíamos, queríamos agradarles y de alguna manera deslumbrarlas, y allí el color, los confites, la pólvora y el carnaval que significa un hombre enamorado.
Recientemente la selección Colombia jugó un partido que a mi juicio, lo digo como hincha y aficionado al fútbol, demostró que nos falta creer que podemos, tener mente ganadora y ser hombres decididos. Seguimos conformando selecciones con excelentes jugadores, que ganan partidos, que tienen buenas presentaciones, pero a las que les faltan títulos, por eso es importante aprender a ganar campeonatos.
Los “momentos” de verdad en nuestra vida cristiana se nutren de esas pequeñas victorias que tenemos en el secreto, esas que nadie ve y que a nadie además de DIOS y a ti le importan, pero que nos atrevemos a luchar, como renunciar a nuestros derechos cuando creemos tener la razón para no rezongarle al jefe respetando su autoridad, evitando miradas y pensamientos impuros cuando pasa alguna mujer atractiva por la calle.
El fútbol y las mujeres me enseñaron que no siempre se gana, que “Lorenza” no siempre se enamora de ti y que no siempre ganamos títulos, pero también me han enseñado que las victorias llegan porque se luchan, porque hemos resuelto pagar el precio, porque apretamos los dientes y nos lanzamos a caminar sobre el agua, porque en los momentos de verdad más que nerviosos estamos decididos.
¡Sólo quince minutos!, en quince minutos Chile nos hizo una fiesta, nos bailó, sin pudor alguno se abalanzó sobre una selección Colombia dubitativa y dos ponzoñas al corazón, moribundos intentamos luchar, pero era tarde… el que quiere ganar sale a matar o morir, a jugarse el pellejo en el campo, no hay tonos grises. Así es el amor romántico, el amor de pareja, somos los hombres valientes quienes decidimos amar a una mujer, con todo lo que ello implica, serles fieles y respetarlas.
Nuestra vida espiritual es igual, salimos a vencer a dejarnos ganar el partido, ¿decididos o pensando que nos pueden ganar?, ¿Arrebatados por la pasión de seguir a JESÚS o temerosos por lo que nos pueda hacer el “chanclas”?, ¡Valientes y esforzados señores!, rugió el León de Judá y los ejércitos celestiales le siguieron a la batalla, porque mi DIOS es un campeón, porque el universo tiembla con su voz.
A punta de mimos, regalos y carticas cursis, no fuimos capaces de demostrarle a “Lorenza” que éramos aptos para ganar su corazón, sus sonrisas y miradas brillantes. Te quiero, porque eres lindo, eres mi mejor amigo. Perder, es cuestión de método reza el título de una peli colombiana. Pues sí, decididos son aquellos que no esconden el miedo pero se arriesgan, que les puede más las ganas de ganar que el miedo a perder.
Para ganar el corazón de mi esposa fui capaz de demostrarle que era el único, que podía dibujar mil mundos de colores sólo para ella, que saltaría a la arena sin camisa y sin capote a enfrentar al toro para recibir sus claveles. ¡Porque me cansé de ser su mejor amigo!, porque me decidí a conquistar y enfrentar lo desconocido, porque deseaba una victoria contundente, porque quiero aprender a ganar, porque quiero llenar de orgullo a mi PADRE y caminar una vida en santidad. ¡Valientes y esforzados señores!, ruge el León de Judá.