Hace unos días, me encontraba conversando con una amiga sobre lo que es el matrimonio. Ella, que ya pasa los 50 años, ha meditado bastante sobre este tema, pues el suyo se terminó hace ya dos décadas.

“Si pudiera retroceder el tiempo lucharía por mi matrimonio, no cometería tantas necedades y pasaría por alto muchas pequeñeces” me dice en tono resignado, “pero como no lo puedo hacer, quisiera poder escribir mi testimonio y que llegara a todas las mujeres que están pensando en separarse…”

De mi conversación con ella me quedó claro que el divorcio es una mutilación: somos uno con nuestro cónyuge y si nos separamos es como si nos arrancaran la mitad de nuestro ser, literalmente.

La convivencia no es fácil, para nadie es un secreto, pero si nos pusiéramos unas “gafas de misericordia” todo sería más agradable, más bonito, más llevadero y no como frecuentemente hacemos, que ponemos cada acción de nuestro esposo bajo un microscopio en el cual examinamos cada mirada, cada palabra y hasta cada pensamiento (si pudiéramos llegar a este extremo) para juzgar, cual juez perfecto e implacable, ridiculizando y poniendo en evidencia que se equivocó una vez más, olvidándonos de nuestra propia naturaleza, que también se equivoca, que también merece otra oportunidad, que se cansa, que se agota…

Y hablo a las mujeres porque somos nosotras las que tenemos que levantar y exaltar a nuestros esposos, somos nosotras las llamadas a postrarnos de rodillas ante Dios para clamar por ellos, pues de sus bocas sale instrucción para nuestras familias, somos nosotras las que debemos empoderar a nuestros hombres para que se enfrenten a un mundo que no es para nada fácil, de por sí hostil y agreste, somos nosotras las encargadas de llenarlos de amor y seguridad para que vayan y luchen y al regresar, encuentren el caluroso amor que hemos tejido para ellos en nuestro hogar.

Esto sólo lo podemos lograr si nos conectamos a la fuente eterna e inagotable de amor perfecto: Jesús.

“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” 1 Corintios 13:4-7 (NVI)

Escrito por Marian Vargas para www.conectadosconcristo.com