¿Por qué te jactas de tu maldad, varón prepotente? ¡El amor de Dios es constante!
(Salmo 52:1 NVI)
Si Jesús habita en nuestro corazón, debemos renunciar a actitudes que no lo representan. Cuando nos dejamos dominar por la soberbia y el orgullo, nos creemos con el derecho de humillar y maltratar a otros y cuando así actuamos, crucificamos una y otra vez a Jesús.
El mandamiento más importante levanta un altar al amor a Dios, a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Amar a quien nos hace daño no es fácil y requiere un sacrificio necesario para mantener una relación inquebrantable con nuestro Dios. Hemos sido llamados a ser humildes, nobles, honestos, sinceros. Considerar a los demás como superiores a nosotros mismos (Filipenses 2:3). Lo anterior propicia un ambiente de obediencia al Señor que SIEMPRE será bien recompensado, porque para Él no hay nada oculto en esta tierra.
Cualquiera que sea la situación, no debemos aceptar el abuso como una constante en nuestro comportamiento; es de valientes tomar decisiones radicales de bendecir a quienes nos maldicen, con el único fin de glorificar a Dios con nuestras acciones y buenas decisiones, pero también lo es ponernos a salvo cuando nuestra integridad física, mental o espiritual se ve amenazada. Así mismo, es de sabios reconocer nuestras fallas, pedir perdón y rectificar el camino, cuando hemos sido nosotros los artífices del terror en la vida de quienes nos rodean.
Oremos
Dios omnipotente, transfórmame para que mi actitud sea apacible y suave como la de Cristo y mi carácter sea tan firme como para valorar el que hayas ofrecido tu vida por mí en la cruz. Gracias por tu sacrificio, por tu infinito amor y por tu protección. Glorifícate en mi existencia. En el nombre de Jesús tu hijo amado, amén.