“Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;  para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.”

(Efesios 6:2-3 RV60)

Honrar –en hebreo kabad– es tener en alta estima a alguien, reconocer su peso y su valor, reconocer su importancia. Cada padre -y madre- fue instrumento de Dios para traer a alguien a la tierra, por esto merecen ser honrados, con el peso de lo que esta palabra significa.  

En la sociedad actual, es difícil que un joven honre debidamente a su padre, por un sinfín de causas, pero inclusive en el mundo buscan corregir está conducta. 

A través de las décadas y de generación en generación, los padres latinoamericanos –por dar un ejemplo- les dicen a sus hijos: “Papá es papá sea bueno o sea malo”. Por ser mi padre terrenal un hombre de pocas palabras, valoro cada palabra que sale de su boca; y algo que personalmente nunca olvidaré lo escuché de sus labios, cuando dijo: “Mi papá podía ser el peor borracho, pero siempre lo respeté, siempre lo quise; fuera lo que fuera”. Todo lo que se ha dicho acerca de respetar y valorar a los padres ha sido veraz y muy acertado, porque consciente o inconscientemente corresponde a una verdad bíblica, tal vez una de las más grandes por ser el primer mandamiento con promesa.

Muchas personas no se percatan de cuán mala ha sido su relación con su padre hasta cuando este muere. Y honrar al padre puede empezar siendo tener una relación saludable, edificante para ambos (padre e hijo), y llena de amor –de Dios- o al menos de afecto sincero; tal y como fue destinada y originalmente diseñada.

Precisamente, esta mala relación de paternidad es destruida cuando la Paternidad de Dios se establece en la vida de una persona y en el diseño original de una relación padre-hijo.

Cuando yo recibí la Paternidad de Dios pude ver a mi papá terrenal como nunca lo había visto… como Dios lo veía; y así pude amar quien era él en mi niñez, quien es en mi juventud, quien será en mi adultez y, aunque ya no tenga su compañía en aquel tiempo, qué seguirá representando su memoria para mí en la vejez. Pude ver que sus virtudes eclipsaban sus defectos y que todo lo que hacía, lo hacía con amor hacia sus hijos, aunque no lo expresara en su rostro ni con sus palabras. En mi caso en particular, hasta que recibí la Paternidad fue que conocí el corazón de mi papá en la tierra de la manera en que antes no lo había conocido, y lo amé más.

Cuando era niña, él era el personaje más dulce y comprensivo para mí, era mi héroe y mi protección; cuando mi papá llegaba a casa, llegaba mi seguridad. Ahora que soy joven encontré un cómplice y un compañero, alguien que apoya mi visión y está comprometido en ser de ayuda para mí. Crecer es conocer todas las facetas de papá y amar cada una de ellas. Día a día construimos una relación más sólida porque yo me empeño en honrarlo, aunque sea siendo un alivio y no una carga para él, orando por él, amándolo, obedeciéndole, respetándolo y cuidándolo; en cuanto esté a mi alcance.

Tener una buena relación con tu Padre celestial confirma una relación gratificante con tu padre terrenal. Conocerlo como lo conoce Dios, es un paso a saber cómo honrarlo.

Escrito por Catalina Tamayo para: www.conectadosconCristo.com