Cuando pasamos por un sufrimiento en nuestra vida que nos duele demasiado, lo único que deseamos es sobrepasarlo lo más rápido posible, es como un instinto de supervivencia, porque deseamos estar bien y el alma siente que no vale la pena sufrir y padecer por lo que se puede encontrar más allá del dolor, tal vez que alcancemos un panorama hermoso, pero todo lo que vemos es oscuridad, neblina y no podemos ver con claridad.

El dolor llega muy fuerte, tanto que nos ciega; es como un sufrimiento permanente porque el dolor va y viene, llega por minutos y  desaparece, permitiéndonos respirar un poco, pero sólo lo suficiente para coger aliento y seguir soportando.

Hay momentos en la vida que pasamos por estas circunstancias, yo lo comparo como cuando tuve a mis hijos; las contracciones y el dolor eran desbastadores, pero sabía que aunque no había visto a mi bebé, él llegaría como una gran bendición para mi vida, así que respiré profundo y aguante el dolor que de lo fuerte llegó a desmayarme.

En el segundo alumbramiento perdí muchísima sangre y no recibí anestesia, pero contaba con una ventaja, tenía ya el conocimiento y la experiencia para enfrentar el dolor. Los dos no fueron nada fácil, pero la bendición que he recibo por ya 7 años, no la cambio por nada del mundo, y estoy segura que volvería a pasar por ello.

En medio del dolor nos surgen miles de pensamientos, en su mayoría de arrepentimiento por haber tomado ese camino, pero a ti que estás leyendo esto, debo decirte que nada pero nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestra vida podría haber sido de otra manera, ni siquiera el detalle más insignificante.

Nada de si hubiera hecho esto… O si huera escuchado… Todo sería tan diferente… eso no existe, las cosas suceden porque hay un propósito en ellas y el dolor está incluido, es inevitable y muy necesario para nuestra vida, pues a través de este crecemos, cambiamos y somos transformados.

Como hijos de Dios debemos pasar por tormentas y desiertos, pues nuestro Padre quiere poner a prueba nuestra fe y recordarnos que sin Él nada es posible, aunque creamos que todo lo podamos hacer en nuestras fuerzas.

Puedes ver humanamente que todas las cosas malas que ocurren no son para nada perfectas, pero si nos ceñimos con la mente de Cristo podemos ver que esas situaciones fuertes y malas nada más y nada menos, son para que podamos ver al dador de la vida, a nuestro Padre, en medio del desierto podemos conocerle, podemos hacernos más fuertes y reconocer los cambios que necesitamos, nos permite saber quién es Él realmente y lleguemos a decir…

Lo que antes sabía de ti era lo que me habían contado, pero ahora mis ojos te han visto, y he llegado a conocerte.”

(Job 42:5 TLA)

Escrito por Nina Gutiérrez para www.conectadosconcristo.com