Esta es una frase que hace muchos años utilizó Francisco Maturana, aquel Director Técnico de la mágica Selección Colombia de los 90’s, con el fin de describir la habilidad del delantero Víctor Hugo Aristizábal para escabullirse entre los rivales y ubicarse en el espacio preciso y en el momento justo, como si descifrara la trayectoria del balón y lo utilizara para marcar goles.

En mi país esta frase ha sido objeto de burlas y comentarios irónicos, pues parece risible imaginar que un jugador de fútbol destaque positivamente en la cancha por algo diferente a manejar bien el balón, suena ilógico y hasta absurdo, pero si lo pensamos bien, le damos el beneficio de la duda al señor Maturana y hasta le abonamos que haya visto algo que seguramente no es obvio para el resto.

En la vida como en el fútbol no sólo vale el talento, también importa la astucia, la pasión y la intuición para marcar goles, todo lo que pones a tu favor para ganar; los amagues, las fintas, las florituras y los quiebres, no son nada si no imaginas cómo termina tu jugada, si no anticipas al rival, si no entiendes que los demás también juegan, que el otro equipo también tiene fortalezas y debilidades.

Puedes tener mucho talento, pero hay algo que hace la diferencia entre los buenos jugadores y los cracs: los momentos decisivos, esos instantes irrepetibles que pueden definir un partido, que definen tu vida; ¿cómo reaccionas cuando todo está en juego, cuando estás en el área de anotación y sólo tienes una oportunidad para marcar?

Se trata de una combinación de las habilidades que tienes para manejar el balón, junto con las habilidades para anticiparte a las jugadas de tu equipo y del equipo contrario, debes saber leer el momento, para ubicarte en el lugar, en el espacio y en el instante justo para que el balón llegue a tus pies y puedas marcar el gol.

Este tiempo efervescente del mundial de fútbol Rusia 2018 le da a esta frase la vigencia y el halo de misticismo que necesitamos para explicar lo que nos pasa a muchos creyentes algunas veces. Nos concentramos en lo que sucede alrededor y olvidamos el balón, tal vez nos concentramos más en el ambiente del estadio y en el ruido de la barras.

Muchas veces como creyentes nos movemos bien, pero sin el balón, quiero decir que caminamos en nuestra vida cristiana sin tener en cuenta lo trascendental, nuestra relación con DIOS, la presencia del espíritu santo en nuestros corazones, en nuestras vidas. Nuestra vida espiritual se vuelve una rutina y jugamos a ser buenos.

Para ganar un partido no sólo vale que te muevas bien o que tengas demasiado talento, es importante que la posesión del balón sea bastante alta y que lo lleves a pasar la línea de gol, es necesario que el espíritu santo esté presente en cada situación, que nuestras decisiones estén inspiradas por ÉL y no por nuestras deseos e intereses.

En mis momentos en el secreto con DIOS, recientemente me dijo que en mis esfuerzos por ser un buen ser humano, siempre termino metiendo la pata, que no se trata de mí y de lo bueno que puedo ser sino de su presencia en mi vida y en mis decisiones, porque en la vida todo es circunstancial, nuestros sentimientos y emociones son circunstanciales.

Cuando caminamos solos las circunstancias definen nuestro comportamiento, nos enojamos porque algo no sale bien o lo consideramos injusto y los demás sufren nuestro temperamento, hoy estamos de riña con alguien y mañana nos reconciliamos, hoy estamos felices y mañana estamos reflexivos o tristes, sólo somos seres humanos.

Si buscamos su presencia y rendimos nuestras decisiones, emociones y sentimientos a su voluntad, las cosas serán distintas, nuestra perspectiva de nosotros mismos y de los demás se transforma y podemos entender lo imperfectos que somos, lo complejos y la decisiva necesidad que tenemos de DIOS y de una estrecha relación con ÉL.

Por eso, como cristianos debemos mantener el balón, se nos debe notar que nos acompaña el espíritu santo, que está presente en nuestras vidas, que sus frutos son características nuestras y que DIOS es lo más importante. Que no digan que somos los mejores cristianos sin el espíritu, que somos los mejores jugadores sin balón.