Texto Bíblico
Levítico 12 (NVI)
Purificación después del alumbramiento
“El SEÑOR le ordenó a Moisés 2 que les dijera a los israelitas: «Cuando una mujer conciba y dé a luz un niño, quedará impura durante siete días, como lo es en el tiempo de su menstruación. 3 Al octavo día, el niño será circuncidado. 4 La madre deberá permanecer treinta y tres días más purificándose de su flujo de sangre. No tocará ninguna cosa santa, ni irá al santuario, hasta que termine su período de purificación. 5 »Si da a luz una niña, la madre quedará impura durante dos semanas, como lo es en el tiempo de su menstruación, y permanecerá sesenta y seis días más purificándose de su flujo de sangre. 6 »Una vez cumplido su período de purificación, sea que haya tenido un niño o una niña, tomará un cordero de un año como holocausto, y un pichón de paloma o una tórtola como sacrificio expiatorio, y los llevará al sacerdote, a la entrada de la Tienda de reunión, 7 quien los ofrecerá ante el SEÑOR. Así el sacerdote hará propiciación por la mujer, y la purificará de su flujo de sangre. »Ésta es la ley concerniente a la mujer que dé a luz un niño o una niña. 8 Pero si no le alcanza para comprar un cordero, tomará dos tórtolas o dos pichones de paloma, uno como holocausto y el otro como sacrificio expiatorio. Así el sacerdote hará propiciación por la mujer, y ella quedará purificada.»”
Reflexión
El pecado Original
Al no haber mayor conocimiento sobre el proceso de concepción llevado a cabo entre el óvulo de la mujer y los espermatozoides contenidos en el semen del hombre, los pueblos antiguos, pensaban que los niños eran producto de la simiente (semen) del hombre y que la mujer era solo el receptáculo, que era utilizado como medio de protección y crecimiento del niño. A la mujer se le consideraba ritualmente impura entre 40 y 80 días, dependiendo del género del bebé.
Es difícil describir lo que una mujer siente cuando lleva en su vientre a su hijo. La sensación que transmiten sus movimientos en su interior, el saberse acompañada y la conexión especial que se crea entre ellos, es sencillamente maravillosa. Realmente es un regalo de Dios, poder dar a luz un bebé, sentirlo propio y adquirir la responsabilidad, junto a su esposo, de guiarlo en el camino del Señor y en ayudarlo a entender su verdadera identidad como hijos de Dios.
Pero hay una realidad contenida en la Palabra que no podemos desconocer y es el pecado original. Nacemos pecadores, con una tendencia hacia el mal, heredada desde los inicios del mundo por Adán y Eva, y que generación tras generación, la hemos llevado impresa en nuestro ADN.
Los seres humanos tendemos a rebelarnos en contra de la voluntad y los mandatos del Señor. La raíz de todos los problemas del mundo, se encuentra en que tenemos una relación distante con Él y nos rehusamos a entender y conocer lo que Él quiere para nosotros, a través de su Palabra. Nos mentimos a nosotros mismos, cuando creemos que por ser llamados hijos suyos, ya tenemos garantizada la vida eterna, cuando en realidad es nuestra inclinación hacia el mal y nuestra naturaleza rebelde la que nos aleja del cumplimiento del propósito para el cual fuimos creados.
Aunque cada uno de nosotros heredamos las consecuencias de los pecados cometidos por nuestros antepasados, también es cierto, que existe la libre elección de romper la cadena generacional, decidiendo desde lo más profundo del corazón, no cometer los mismos errores de ellos. Es la manera que tenemos de entregarle a nuestros hijos una herencia bendecida y limpia ante los ojos del Señor y por supuesto un mundo diferente al que nos hemos acostumbrado, cargado de violencia, muerte y de maldad en todas sus formas.
Oremos
Señor, somos pecadores y enviaste a tu hijo a morir por nosotros en la cruz a causa de la maldad que albergamos en nuestra alma y nuestro corazón. Sería un absurdo culparte a ti, a Adán y a Eva o a mis semejantes por lo que hago mal, por esto reconozco que la responsabilidad de mis malas acciones es solo mía y te pido perdón, por ensuciar la bonita herencia que debo dejarle a mis hijos y todos mis descendientes. Te pido Padre amado, que me limpies, que me ayudes y me guíes en la carrera que hoy inicio para fortalecer mi relación contigo y conocerte cada día más, a través del mensaje que me has dejado en la Biblia. Declaro que en el proceso, tu poder se glorificará en mí y que al final mi testimonio hablará de tus maravillas y de tu amor. En el nombre de Jesús, amén.