“Toda tú eres bella, amada mía; no hay en ti defecto alguno”.
(Cantares 4:7 NVI)
Sus manos ya no acarician mi tez, siento frío, estoy sola, hay esperanza y resignación a la vez. No puedo imponer mis deseos egoístas y ambiciosos; con la mano derecha me demuestra de una y mil formas que significo algo en su vida, pero con la izquierda, me recuerda que, en sus más altas y erradas expectativas, no soy la indicada.
Una fachada de perfección me rodea y a mi alrededor la escoria amenaza con cubrir la poca cordura que me queda. Existe alguien en la eternidad que desde el principio me ha dado un voto de confianza; es Él quien me fortalece; mi alma llora, pero es consolada por su amor; mi corazón roto sangra a borbotones y Él, con mucha paciencia, sana y cierra hasta la grieta más profunda.
No puedo más, ya no quiero ser la débil, la víctima, aquella con los sueños embolatados, quien pisa arena y se resbala en sus intentos por alcanzar paz, felicidad o un simple minuto de silencio por las promesas rotas y las metas no alcanzadas. Siento pánico, no quiero sentirme vacía, repetir escenas, dar vueltas en círculo. Quisiera decirle que lo amo, lo necesito y que mi vida sin él no tiene sentido y recuerdo que es un ser humano como yo, que falla constantemente, que tiene debilidades y defectos y que se esconde detrás de la más grande fortaleza de infamia y de poder…prefiero fijar mi mirada, en mi eterno enamorado, quien ve lo mejor de mí y no destruye con palabras y golpes bajos, lo que con mucho esfuerzo me ha costado construir.
Me revisto de una armadura poderosa, soy guerrera, soy mujer, no me rindo, me cobijo bajo su mano poderosa, junto a Él me siento protegida, me reviste de fuerza y dignidad, me ha ceñido una corona que me pertenece y jamás dejaré que me la vuelvan a arrebatar.
El es mi amor, mi todo, se que soy correspondida; por senderos de justicia me lleva de su mano, el temor se ha disipado; me aferro a sus planes porque son de bienestar, disfruto mi tiempo en la soledad, porque aunque no lo vea, se que allí está sosteniendo mis brazos y motivándome a avanzar.
Observo a través de mi ventana, es el cielo estrellado el marco de una nueva vida, la brisa dibuja en mi rostro una sonrisa, tengo claro que mi mayor recompensa al mantenerme firme, eres tú Jesús, tu dulce voz, tu disposición innegable para hacer de mí una mujer valiente; soy tuya y tu eres mío y no existe nada ni nadie en este mundo que pueda apartarme de tu lado…
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos”.
(Salmos 19:1 NVI)
Escrito por Lilo de Sierra para www.conectadosconcristo.com