Salmos 115:3 dice «Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho». Por un tiempo pensé que tenía el control de todo en mi vida y que era “dueña” de mi ser, pero… que equivocada estaba. No me había percatado que estaba en el mismísimo infierno, no podía notar que estaba muerta, que no sentía nada, no veía nada y lo peor, era que creía que me encontraba con vida. Pensaba que vivía en un paraíso, pero realmente estaba en un lugar árido y en total oscuridad. ¿Cómo me di cuenta? Bueno,  no puedo explicar cómo fue que vi una luz delante de mi, pues ojos no tenía, no sé cómo podía sentir y percibir una presencia, si ni nervios tenía, estaba completamente inerte, en solo huesos.

Ésta cálida y suave luz, provenía de un ser que te inspiraba simplemente adorarlo; me tomó en sus brazos y me llevó kilómetros y kilómetros, hasta que me dejó frente a un madero. No entendía qué estaba haciendo allí, pero todo fue más claro. No puedo explicar la sensación que tenía dentro de mi, estaba siendo nutrida, al momento aparecí de rodillas inclinada ante un tronco. Por primera vez supe que era sentir calor, pero no cualquier calor, era como un fuego ardiendo lleno de un sentimiento especial, un amor real y verdadero.

Levanté mi rostro y qué sorpresa me llevé; yo tenía rostro, por fin ¡era alguien! alcé mi mirada y pude ver que estaba frente a una cruz y en ella estaba un hombre, se encontraba golpeado, sangrando y detrás de Él un fuego consumidor. Me estaba protegiendo, me estaba guardando. Yo solo pude decir: “No merezco tal amor para mi. Yo debería estar allí, por lo tanto ya no vivo yo,  Cristo vive en mi. No seré la misma de siempre, pertenezco a uno más grande, poderoso y fuerte. Quien ya ha destinado mi camino, conoce todo de mi, nada puedo ocultarle, me ha comprado a un precio muy caro uno que nada ni nadie podría pagar por mi, solo Él”.

Cómo no voy a gozarme en Él,  ahora que lo tengo y le conozco puedo entender las palabra de David “…Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela; en tierra seca y árida donde no hay aguas» (Salmos 63:1) Solo en Él tengo consuelo, mi salvador y eterno DIOS, se tomó la molestia de buscarme y llevarme a la cruz para recibir vida, para ser su hija. Ninguno puede amarme y demostrarme un amor superior a Éste. Su amor me limpió y me rescató. Me dio de su espíritu para que pueda caminar y seguirle el resto de mi vida, me ha dado vista para contemplar su hermosura y su belleza, siempre estaré agradecida con mi eterno salvador.

Escrito por Nina Gutiérrez para ConectadosConCristo.com