“Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” Santiago 2:26

¡Llegó el domingo! Nos levantamos corriendo, preparamos el desayuno y asistimos a la iglesia. Llegamos algo agotados, preparamos el almuerzo, reposamos un poco y (dependiendo del cronograma de la iglesia) volvemos a la iglesia al culto de la noche. Aunado sigue el lunes y los demás días con los agites del trabajo, quehaceres del hogar, actividades ya programadas por la iglesia, estudios y otros afanes que surgen a lo largo de la semana. Normalmente, este suele ser el cronograma de una típica semana en la vida de un cristiano promedio.

El tiempo se vuelve agua y poco a poco podemos llegar al punto donde “la fe” es una frase común usada. Asimismo, el asistir a la iglesia, sin darnos cuenta, se convierte en una actividad más de nuestra agenda.

En mis lecturas diarias de la Biblia sentí gran deseo por leer Santiago y me topé con muchos versículos que, personalmente, hicieron tambalear el suelo bajo mis pies. Santiago 2:26 fue uno de ellos; “la fe sin obras está muerta”. Resonó en mi cabeza un largo tiempo y me pregunté: ¿Estará mi fe muerta?, ¿Las obras que acompañan a mi fe demostrarán que está viva o que ya feneció? Si bien la intención con este escrito no es señalar de forma despectiva el estilo de vida que tenemos, es más bien reflexionar sobre qué estamos haciendo de forma monótona y qué debemos cambiar para permanecer con vida o revivir.

Obviamente, al referirnos a la cita mencionada cabe la siguiente pregunta: ¿Cuáles son esas obras que deben acompañar a mi fe? Muchos pueden considerar que es asistir regularmente a una iglesia, leer mucho la biblia u orar repetidas veces; estas cosas mencionadas son necesarias pero Santiago apunta un poco más lejos. El capítulo 1 verso 27 dice lo siguiente: La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.

No hay nada de malo, insisto, en asistir a las actividades planificadas por nuestras iglesias, orar en casa o estudiar la Biblia; incluso el mismo Martin Lutero decía que “ser un cristiano sin orar es tan imposible como vivir sin respirar”. Pero Santiago agrega a esto el amor a nuestros prójimos; acordarnos de quienes sufren y guardarnos de hacer el mal.

Actualmente, en Venezuela se vive un período de crisis en varios sectores del país; esto va desde la economía, servicios, etc, hasta tocar la fe de muchos. En medio de esta situación muchos corazones se han cerrado hacía el prójimo pues el común pensar es: si le doy, después me quedo yo sin nada. Lo fantástico de la Biblia es que, quienes la escribieron, lo hicieron en tiempos tanto de prosperidad como de escasez, de paz como persecución, lo que hace que sus escritos puedan aplicarse en todas las circunstancias.

Es hora de despertar y creer. Si decimos ser cristianos, debemos vivir conforme a lo que la Biblia, nuestro manual de vida, nos indica. Si le creemos a Dios, el suplirá lo que nos haga falta. Está en nosotros primero, obedecer y demostrar con nuestras acciones que nuestra fe es mucho más que solo palabras.

Escrito por Raquel Roa para www.conectadosconcristo.com