“Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un espíritu renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen, y pondré en ellos un corazón de carne”
(Ezequiel 11:19 NVI)
Podemos enmarcar un hogar, dentro del concepto de una excelente y competitiva empresa productiva. Una empresa, es un lugar físico ocupado por máquinas, herramientas, talento humano y procesos de transformación usados de manera sistémica e inteligente, para producir un bien o un servicio que impacta de manera directa a un cliente final.
Quienes conformamos una familia, tenemos un rol específico que cumplir. Somos fabricantes de sueños y proyectos y en la medida que hacemos bien nuestro trabajo, recibimos como salario o contraprestación, bendiciones del cielo, provistas de unidad, armonía, crecimiento espiritual y por ende, bienestar emocional, físico y económico.
Lo primero que debes tener en cuenta es que una empresa bien constituida tiene un presidente, quien despliega la misión, la visión y las metas a alcanzar, es quien provee los recursos, quien da las políticas y directrices a cumplir y es quien protege con sus decisiones, el buen nombre y la integridad de sus colaboradores. Para materializar el logro de sus objetivos, minimizando riesgos y optimizando los recursos, necesita de gerentes comprometidos, responsables, diligentes, buenos administradores y cuidadosos de seguir paso a paso las instrucciones dadas, para lograr una sinergia en dónde la unidad les permita obtener los resultados positivos esperados. El último eslabón de la cadena productiva, son los colaboradores leales, capacitados, dispuestos a aprender cada día, a dar lo mejor de sí, para que el clima laboral sea el adecuado y para que la organización se mantenga firme. Son la base, los cimientos, de ellos depende que las estrategias planteadas, tengan éxito. Se necesita de colaboradores con un espíritu de superación grande, con sentido de pertenencia, dispuestos a defender su empresa haciendo lo correcto, sin importar las circunstancias, cumpliendo su deber a cabalidad.
En nuestra empresa personal “Nuestro Hogar”; el Presidente es Dios, sus directrices son obedecer los procedimientos establecidos en su palabra, propender por la paz y el amor, vivir sabiamente, para que podamos cumplir sus planes en pro de una eternidad junto a Él.
“Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes”.
(Deuteronomio 6:6-7 NVI)
Los gerentes, son papá y mamá unidos en un solo ser, estableciendo estrategias, enfocados en la mejora continua, administrando bien los recursos y trabajando arduamente para que los objetivos como familia se cumplan; así mismo, sus acciones deben estar dirigidas a que a través del buen ejemplo, puedan marcarle a sus hijos “Los colaboradores” las pautas, para una vida en integridad y santidad, que les garantice un futuro que responda a la voluntad buena, agradable y perfecta de Dios.
“Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito.”
(1 Corintios 1:10 NVI)
Los colaboradores son los hijos, son la motivación de la compañía llamada “hogar”, enviados por Dios para moldear el carácter de sus gerentes, para motivarlos a crecer en sabiduría y amor. Son un regalo del cielo, porque cada uno de ellos, aporta un ingrediente especial a la familia. Tienen el deber de la obediencia, del respeto hacia sus autoridades, de continuar con un legado que por generaciones honre el nombre de Dios.
“Pero el amor del Señor es eterno y siempre está con los que le temen; su justicia está con los hijos de sus hijos, con los que cumplen su pacto y se acuerdan de sus preceptos para ponerlos por obra”.
(Salmos 103:17-18 NVI)
Como en toda empresa, hay épocas de crisis, dificultades, divisiones, peleas, discusiones, problemas no resueltos, metas no cumplidas e indicadores en rojo que nos dan la voz de alerta para cambiar la manera en que estamos haciendo las cosas. Es necesario, trabajar en equipo para no perder el rumbo, no rendirse sin haber librado la batalla, dejar de lado el egoísmo, llenarse de paciencia, perseverancia y optimismo. Tener claro, quiénes somos y para dónde vamos es fundamental; nuestro cliente final es nuestro padre, nuestro creador, quien se sentirá satisfecho por cada cosa aprendida, cada prueba superada y cada petición concedida. Él es el inicio y el final, lo que tenemos y vivimos, responde a sus anhelos, a sus deseos, que nacen desde su corazón, que nos dan el norte hacia un éxito duradero. De Él provienen el premio y el castigo, es inevitable que no seamos juzgados conforme a los preceptos que nos ha dado para nuestra protección; sin embargo, es un Dios de infinitas oportunidades y con Él de nuestro lado, podemos redireccionar nuestras actuaciones, aprendiendo de los errores, para lograr la consecucion de nuestros sueños, exaltando su nombre y permitiéndole alcanzar la gloria que merece a través de nuestras experiencias de vida.
La actividad económica de una empresa productiva, se enfoca en aumentar sus utilidades; como familia en Cristo, éstas van más allá de adquirir bienes materiales, radica en la simplicidad existente en la unidad, la armonía, el amor y la paz. La verdadera recompensa al hacer lo que nos corresponde hacer, con la mejor actitud, de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo (Colosenses 3:23-24 NVI), se ve reflejada en papás orgullosos de sus hijos, hijos felices y seguros de sí mismos y juntos trabajar cada día en total dependencia de la única fuente de felicidad duradera…un Dios real.
“Allí, en la presencia del Señor su Dios, ustedes y sus familias comerán y se regocijarán por los logros de su trabajo, porque el Señor su Dios los habrá bendecido.”
(Deuteronomio 12:7 NVI)
Escrito por Lilo de Sierra para www.conectadosconcristo.com