Podré ser como Jeremías, fue Él quien me encontró, quien me atrajo y finalmente quien me tomó para sí, para toda la eternidad. ¿Mis generaciones fueron marcadas como con Abraham, Isaac y Jacob? No podré yo saberlo; y si no ha sido así, yo he decidido consagrar al resto de mis generaciones a partir de mí, exclusivamente para Él.

He hablado de Él día y noche, como me ha mandado hacer, y le he buscado al salir el alba y el ocaso. Mi vida fue marcada por su Santo Espíritu, siendo yo aún tan joven. A causa suya me he convertido en una marginada; pero no hay mayor motivo de gozo que pasar por aquello que pasó Él, seguir cada pisada del Salvador de mi vida. No puedo hacer menos que pagar con mi vida a aquel que pagó por mí con su vida.

Si caigo, me levanta con más fuerza; si me detengo, me impulsa más adelante; si tropiezo, es Él quien limpia mi herida; si me canso, me fortalece; si estoy sedienta, me da de beber; si estoy hambrienta, únicamente con Sus Palabras soy saciada. Si lo busco, lo encontraré, y si intento huir me encontrará allí, en el intento, porque no podré ni por un instante apartarme de Él nunca más. No podré volver atrás de nuevo después de Él; no habrá un después de Él, mi mente no puede concebirlo.

Lo he conocido; le he visto en las calles y en las casas, en los rostros y en los corazones; le veo en todo lugar y todo lugar huele a Su Presencia; he oído su nombre a donde sea que voy. Sus ojos me siguen sin perderme, conocen todo de mí sin faltar cosa alguna. Su voz me persigue donde sea que vaya; y yo siempre correré al lugar de donde Su voz procede: Su habitación. Mi corazón atenderá desesperadamente a su llamado, donde sea que me encuentre.

Escuché y vi a mis enemigos procurando ver mi pie caer, intentando mi destrucción inminente; los vi procurando matarme. Perseguida me encontré por haber hablado de mi Dios, por haberme proclamado su hija en medio de la multitud monótona.

A pesar de todo y sin importar qué:

 “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; (…) Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.”
(Jeremías 20:7,9 RV60)

Me ha sumergido en amores, me sedujo y lo ha conseguido. Más enamorada no pude hallarme antes. Ha marcado con fuego eterno quien fui, quien soy y quien seré; nada podrá borrarlo. Mi destino ha encaminado únicamente a Él, y sus sueños se han convertido en los míos. Veo claramente ahora por el Fuego de sus ojos, veo de lejos y de cerca lo que Él quiere para mí. Sólo puedo verme junto a Él, eternamente. Levantaré altar en cada tierra, sacrificio continuo, subiendo directo a Su Corazón. Una lámpara llena de aceite para que Su Espíritu arda sin cesar.

¡Todo mi ser se consume día tras día! ¡Nunca se apagará!

-Otro Jeremías consumido por Su Fuego. Seducido, abrazado, consumido, enamorado, sellado.

Escrito por Catalina Tamayo para: www.conectadosconCristo.com