TEXTO BÍBLICO
“Entonces los maestros de la Ley y los fariseos llevaron al templo a una mujer. La habían sorprendido teniendo relaciones sexuales con un hombre que no era su esposo. Pusieron a la mujer en medio de toda la gente, y le dijeron a Jesús:
—Maestro, encontramos a esta mujer cometiendo pecado de adulterio. En nuestra ley, Moisés manda que a esta clase de mujeres las matemos a pedradas. ¿Tú qué opinas?
Ellos le hicieron esa pregunta para ponerle una trampa. Si él respondía mal, podrían acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir en el suelo con su dedo. Sin embargo, como no dejaban de hacerle preguntas, Jesús se levantó y les dijo:
—Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra.
Luego, volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el suelo. Al escuchar a Jesús, todos empezaron a irse, comenzando por los más viejos, hasta que Jesús se quedó solo con la mujer. Entonces Jesús se puso de pie y le dijo:
—Mujer, los que te trajeron se han ido. ¡Nadie te ha condenado!
Ella le respondió:
—Así es, Señor. Nadie me ha condenado.
Jesús le dijo:
—Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.”.
(Juan 8:3-11 TLA)
REFLEXIÓN
Tenemos la tendencia absurda de juzgar con lupa las acciones de los demás y de condenarlos sin darles el beneficio de la duda con total severidad. Somos ligeros de labios, proferimos acusaciones sin tener temor de Dios. Olvidamos que el Señor todo lo ve y todo lo sabe.
La palabra juicio cobra vital importancia al entender que en algún momento, cada uno de nosotros enfrentaremos nuestro propio juicio ante el trono del Señor. Dios es bueno, nos ama, es justo y en esa justicia, nos llamará a rendir cuentas por lo que hicimos y dejamos de hacer y nos confrontará por la necedad y falta de sabiduría con la que nos hemos conducido durante nuestro trasegar por esta tierra.
Nos creemos con el derecho de juzgar las acciones y motivaciones de las personas, como si las conociéramos. Culpamos a quienes nos rodean por el dolor, el sufrimiento, la pérdida, la enfermedad, la decepción, la traición; Y qué tal, si nos detenemos por un segundo a pensar si en algún momento hemos juzgado y condenado a Dios, creyendo en su culpabilidad por todo lo malo que nos ha sucedido. ¿Lo has hecho? ¿Has perdido de vista que tenemos un enemigo, capaz de todo con tal de vernos caer?…
El adulterio, en la época de Jesús, era considerado uno de los peores delitos. Cuando los maestros y fariseos de la ley se acercaron a Jesús para que validara su decisión de matar a la mujer que había sido sorprendida en una situación comprometedora con un hombre diferente a su esposo, realmente esperaban condenarlo a Él. Es sorprendente la sabiduría con la que Jesús manejó la situación; respondió con una afirmación, que si la recordáramos en cada paso que damos, sería la mayor fuente de crecimiento personal y espiritual que podríamos tener.
Ahora bien, te pregunto, ¿Eres tan santo y libre de pecado como para señalar y condenar a los demás? ¿Eres consiente de tu culpabilidad directa frente al impacto en la reputación e imagen de quienes te rodean cuando no pones filtro a tu boca, al expresar lo que sientes o piensas de esa otra persona? ¿Qué diría Jesús de tus palabras cargadas de resentimiento y odio? ¿Podrías darte la oportunidad de callar ante el mundo y llevar a los pies de Cristo, aquello que te molesta?
Alabanza sugerida
Canción: Quiero conocer a Jesús – Generación 12
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OREMOS
Padre amado, ya no quiero ser juez y llevar a cuestas las consecuencias de mi falta de sabiduría. Recuérdame que con la medida que juzgo, seré juzgado(a) por ti. Que la vergüenza no me alcance, protégeme de mi propia necedad. Haz de mí la persona que quieres que yo sea. Quiero menguar para que crezcas tú. Gobierna mi vida, Señor Jesús. Bajo la unción de tu Santo espíritu, clamo a ti por perdón, gracia e infinito amor. Amén y amén.