5 Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Juan 13:5

“Yo ayudo a mis vecinos”, “Siempre que un indigente se me acerca le doy dinero”, “cuando un colega se aproxima hacia mí por un apuro le tiendo la mano”, etc. Estas oraciones son muy frecuentes tanto en el hablar de los que nos rodean como  en el nuestro. En nuestra sociedad buscamos tener la imagen de la bondad y caridad en el rostro aparentando ser realmente buenos. Pero ¿Qué hay de nuestro trato con aquellos que no nos caen tan bien? ¿O con aquellos que en los momentos de angustia nos dan la espalda y, por si fuera poco, hasta levantan en nuestra contra su mano? Es muy simple amar al que me ayuda (Lucas 6:32), me escucha, me respalda; mas cuando el personaje no es tan afable eso de “amar” se convierte en imposible para nosotros.

En un retiro juvenil de hace unos días (ATTE: Jesús, en Tejerías, Aragua, Venezuela) me topé con la cita del comienzo. Recordaba muy bien la imagen de Jesús enseñando humildad a sus discípulos al lavar sus pies pero siempre se me había escapado un detalle bastante trascendental. ¡Judas también estaba ahí y Jesús lavó sus pies! Al leer detenidamente sentía como un nudo en la garganta. Explícitamente se puede leer que Jesús sabía que Judas le entregaría pero ¡aun así lavo sus pies! Y lo más sorprendente es que no se conformó con solo eso. En el primer verso encontramos: “…como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” No dice, “como amó a los once que no lo entregaron…” o “como amó a algunos de sus discípulos…”. ¡Amó a todos! Al que le iba a negar, al que lo traicionó, al que salió huyendo semidesnudo cuando Él fue capturado. ¡Los amó a todos! Me coloqué (mentalmente) en el lugar de Jesús y trate de recordar qué personas me habían hecho daño en el pasado y sentí el peso de las palabras y actos de Jesucristo. Servir a los que no nos aman, lavar los pies de los que nos difaman, no es fácil (podría insistir incluso en que es muy duro) pero es necesario.

En conclusión, Dios nos ayude, fortalezca y capacite para bendecir a nuestros amigos; pero aún más a quienes nos rechazan, agreden o maldicen.

Escrito por Raquel Roa para www.conectadosconcristo.com