“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”

(Mateo 11:29 RVR1960)

En una charla de amigos sobre la mansedumbre, me contaron que en la crianza de los toros de lidia, cuando los criadores necesitan llevar los toros de un pastizal a otro, ellos le ponen al más manso una campana en el cuello, para que los demás sigan el sonido y los guíe a nuevos pastos, en realidad no sé si esto es verdad, pero la historia me pareció interesante.

Pienso que es cierto, debido al temperamento volátil de estos animales y la fuerza que tienen, supongo que esto hace que sea casi imposible arrear los toros como a las vacas, por eso es necesario apelar a una técnica en la que se elige al más manso de ellos para que ayude a guiar a los otros, sin que los vaqueros y los mismos animales corran peligro.

Los hombres somos nobles como los toros, pero heredamos de nuestro amado PADRE el corazón de un guerrero, un carbón encendido en llamas en medio del pecho, una fuerza interior que se debe canalizar para que nadie corra peligro.

En el reino de los cielos la mansedumbre tiene que ver con humildad y obediencia, si te sujetas a CRISTO, el espíritu santo te dará uno de sus frutos llamado mansedumbre, pero ésta bien entendida nada tiene que ver con cobardía o pasividad, por el contrario se debe ser valiente para ser pacificador, para proteger y perdonar.

La mansedumbre es una forma de enfilar las armas espirituales a los verdaderos enemigos, es decir, la carne y el demonio; con humildad y obediencia, sin reaccionar a los estímulos del mundo y entendiendo que DIOS es nuestro abogado y defensor, se puede aplacar la ira de aquellos que están enojados y ganar la batalla.

La fuerza interior no se debe utilizar para maltratar a los que nos fueron confiados, porque como sacerdotes somos quienes cuidamos de ellos y respondemos ante DIOS por ellos; al sujetarnos a DIOS nos negamos a nosotros mismos y renunciamos a nuestros derechos para que el poder de la resurrección brille en cada uno de nosotros y sea ÉL quien guíe nuestros pasos.

El poder del guerrero reposa en su nobleza y honor, no es digno atacar por la espalda, o atacar al desarmado, o agredir al más débil; el verdadero guerrero va por el jefe de la tribu rival, va por la gloria, da su vida por la paz y el bienestar de los suyos. Dirigir esa bestia interior para luchar en contra del enemigo es la consigna, lograrlo es alcanzar el honor.

La sensibilidad del espíritu en cada guerrero llega con el entrenamiento, y es lo que nos hará escuchar y seguir el sonido de la campana en el cuello del primer toro. Lejos de lo que pensamos el amor es una guerra, combatir un insulto con un beso, una agresión con perdón y reconciliación, es despojarnos de aquello que nos hace humanos comunes, para convertirnos en príncipes hijos del REY.

El primer toro, el más noble y manso, dejo su sangre en la arena, para que el tañer de su campana se escuche en todos los rincones del orbe, y aquellos toros mansos le sigamos con la esperanza de ver de cerca al gran guerrero, aquel que ganó la guerra y nos hizo libres, quien debe guiar nuestros caminos para conducirnos a nuevos pastos.

Hace algunos años vi una peli para niños que me regaló una hermosa frase, se llama La granja, pero la frase que me gustó, más que sabiduría encierra el amor de un hombre por todos los suyos, su ciudad, su nación y su fe, la verdadera gloria del guerrero: «Un hombre fuerte se cuida a sí mismo, pero el más fuerte cuida de los demás».

Así como JESÚS debemos ponernos la campana en el cuello, amansar la carne y alimentar el espíritu, para servir de ejemplo y marcar la ruta, para guiar los pasos de los nuestros, porque los toros grandes llevan y protegen al rebaño, le dan identidad y perpetúan su raza.

Esrito por Mr. Cesos para www.conectadosconcristo.com