Ser cada día mejor, ha sido lo que siempre he buscado, pero en mi caminar hacia la perfección, observo constantemente cómo las demás personas actúan y es ahí donde comienzan mis frustraciones.
Las personas que observo llegan a ser mejor que yo, tienen lo que yo quiero tener, son más exitosas y es allí donde yo comienzo a envidiar su comportamiento y cómo actúan en momentos de estrés. Esto me lleva a ser imitadora ya que deseo lo que ellos tienen, pues ese es mi ideal. Con el tiempo me lleno de amargura al ver que no puedo llegar donde ellos están. En ese momento tropiezo, caigo al suelo y me doy cuenta que no doy la medida para poder caminar al lado de ellos, pues no soy como ellos.
Hoy una vez más, estoy tirada en el suelo sin poder moverme; he colocado en mí un peso que ya me aplasta. Reconozco que no soy parte de este mundo. No nací para parecerme a la mayoría de la gente, no fui creada para ser sombra de otras personas. Mi vida es mucho más complicada. Mi mente y mi corazón fueron entrelazados muy diferentes a las de ellos y por más que quiero parecerme a ellos, para eso no fui llamada.
Desde antes de la fundación del mundo me fue dado un nombre, fui escogida por el Creador de este mundo y sellada por su misericordia, todo esto dandome un valor más grande. Entonces me pregunto ¿por qué me estoy comparando con otros y cargando tal peso?
Si algo entiendo hoy es que cada vez que pongo mi mirada fuera de Su Palabra y observo a mi lado a los demás, comienzo a alejarme del deseo que Él ha puesto en mí de llegar a la meta que me ha mostrado para mi vida. He tomado decisiones que me han tirado al piso una y otra vez, haciéndome sentir que no tengo valor.
Sin embargo, Dios en su infinita misericordia me lleva de continuo a Su Palabra, donde puedo hallar socorro para mi vida y observo nuevamente que a pesar de lo mucho que me desenfoco, nunca he perdido el valor que se me ha dado. Para Él, esté sucia o limpia, arrugada o doblada, pisoteada o aplastada, sigo teniendo el mismo valor.
Que alegría el poder entender que no importa cuántas veces haya fallado, puedo seguir por el camino que Él trazó para mí, pues nuestro valor está precisamente en quien somos gracias al sacrificio de Cristo que nos dio una nueva identidad. Ahora mi «yo soy» es una nueva criatura en Cristo entendiendo que mi valor no viene por lo que puedo hacer o cómo me puedo ver o destacar en este mundo, sino por el amor de mi Padre, quien envió a su hijo a morir por mí, no por lo que yo pudiera hacer u obtener para Él, sino por puro y perfecto amor hacia su hija imperfecta.
Mi confianza está puesta en el que me guarda “como la niña de sus ojos.” Salmo 17:8. Por consiguiente, hoy dejo de enfocarme en quienes me rodean, pues entiendo que Dios tiene planes diferentes conmigo. Mi felicidad y gozo están plasmados en Su Palabra, por lo tanto, no tengo porque compararme con nadie. Tener el amor y cuidado incondicional de mi Padre celestial es la verdad que hoy me marca y me sella. Te invito a que estudies Su palabra y como nos dice Hebreos 4:16 Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, para que obtengamos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro.
Escrito por Nina Gutiérrez para ConectadosConCristo.com