“Cuídate de no olvidarte del Señor, que te sacó de Egipto, la tierra donde viviste en esclavitud.”

 (Deuteronomio 6:12 NVI)

Cuando tuve mi primer encuentro personal con el Señor era esclava de mis emociones nocivas. Descargaba mi frustración con cualquiera que se me atravesara en el camino y sin importar quién era el culpable, mi proyecto de vida había sido arrojado a la basura por malas decisiones que a la larga, se convertirían en mi bandera de batalla.

Todo era caos. Al mirarme en el espejo podía ver una mujer despreciada, rechazada, con una autoestima lastimada; profesionalmente hablando no había podido avanzar mucho, teniendo en cuenta que, varias veces tuve que renunciar a mi crecimiento profesional, por una persona que tenía sueños y aspiraciones diferentes a las mías.

Atada a la amargura, la decepción y la autoconmiseración; con mi corazón en ruinas y dos niñas bajo mi responsabilidad, decidí seguir hacia adelante y  en el proceso, Jesús me rescató.

Años más tarde hice mi oración de fe y rendí mi existencia a Él. Los cambios no se dieron de la noche a la mañana. Ha sido un camino de tropiezos, caídas y heridas profundas, pero de enseñanzas también. Hoy puedo mirar atrás y aunque las cicatrices existen, ya no duelen. Espiritualmente hablando soy más fuerte; fui restaurada como mamá y como mujer, soy una profesional exitosa y preparada; y mi confianza en Dios ha crecido tanto, que al enfrentar nuevas pruebas, sé quién me sostiene y me redime.

Él ha hecho de mí una mujer vencedora y si lo hizo conmigo, ¿crees que no lo hará contigo? En nombre del amor verdadero e incondicional que siente por ti, no se rendirá hasta transformar y limpiar tu mente y corazón de las mentiras que el enemigo y el mundo te han hecho creer.

No olvides que quien te formó es el TODOPODEROSO y para Él no hay nada imposible. Sus planes son de bienestar y no de calamidad y al final de la larga carrera emprendida, recibirás la tan anhelada recompensa por tu fidelidad y compromiso para con Él. Fija tu mirada en las cosas del cielo y no en las de la tierra. ¡Él nunca falla!

Oremos

Rey y Señor, gracias por salvarme, por no olvidar tus promesas y permanecer a mi lado en cada desierto que he tenido que atravesar. Qué hubiera sido de mi, si no te hubieras tomado el tiempo para sostenerme, consolarme y enseñarme cómo superar mis miedos. Gracias por lo que hiciste, lo que has hecho y lo que harás. Te amo y a ti me rindo, para que tu nombre sea glorificado a través de mi testimonio. En el nombre de Jesús, me declaro vencedor(a), amén y amén.