“Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.”
(Salmos 23:4 NVI)

Cuando cierro los ojos y pienso en tu cruz, veo tus pies, sucios y ensangrentados; siento el estupor de la tristeza a tu alrededor y en mi corazón se alberga la esperanza eterna de una vida contigo en la eternidad, porque en esta tierra, en cuerpo presente, ya no estarás conmigo.

El temor a la muerte ha desaparecido, el corto luto de tu ausencia se desvanece, al entender que tu propósito se cumplió y que soy lo que soy, gracias a tu sacrificio de amor incondicional.

Jamás merecí, lo que me diste y aún hoy no lo merezco. Pero desde ese preciso instante en el que creí perderte para siempre, más me aferro a esa cita aplazada en la que volveré a encontrarme contigo.

El paraíso, prometiste que allí estaré contigo; luz, paz, infinita alegría; no existe en ese lugar nada que me recuerde mi trasegar por este mundo, estoy allí y eso es lo que importa…te amo y ese es oxigeno para mis venas; te alabo, porque jamás mentiste… estuviste, estás y continuarás a mi lado por siempre y para siempre.

Lo perdido fue encontrado, lo dañado restaurado y lo oscuro disipado. Me pregunto, ¿Alguien me extrañará el día que muera? ¿Que tipo de legado dejaré? ¿Podré decir, cumplí mi deber? Para partir a dónde tu estás, debo ser transformada, moldeada, para ser aprobada en tu amor; me esfuerzo, lo intento, tengo mi meta clara. Jamás volveré a mirar atrás, porque por fin habré hallado mi dulce paz, mi descanso eterno; y podré decir, valió la pena morir, para darle un nuevo comienzo a mi caminar contigo.

La muerte para el cristiano es victoria, hoy lo sé. No hay temor sólo esperanza. “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Romanos 14:8 NVI); soy tuya, mi corazón te pertenece, me siento plena, amada y por siempre valorada. Mis recuerdos evocan tu poder sobre la adversidad, tu respaldo cuando la soledad me ahogaba; en mi corazón permanece tu sello, no existe nada en este mundo ni fuera de él, que pueda apartarme de ti, me mantengo firme, soy fiel, te amo…te amaré hasta el infinito y más allá.

Respiro con dificultad, tengo fe…al final, al abrir mis ojos, podré decirte frente a frente, mirándote a los ojos, que te amo con todas las fuerzas de mi alma, con la seguridad de ser dulcemente correspondida.

“Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”.
(Filipenses 1:21 NVI )

Escrito por Lilo de Sierra para www.conectadosconcristo.com