«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”
Juan 15:5
Un día me encontraba sola en casa, estaba inmóvil, me encontraba paralizada, hasta que llegó alguien especial a mi hogar. Fue extraño, no le conocía pero Él sabía todo de mi; entendía muy bien mi situación. Yo no podía abrirle la puerta y tampoco quería hacerlo. Pero no entiendo cómo, ni de qué manera Él entró a mi casa, me brindó su amistad y su ayuda. Al verle no me pude negar, me dio confianza y me llenó de esperanza. Me di cuenta que realmente necesitaba que Él viviera conmigo, pues yo no podía hacer nada más por mi. Mi casa y mi ropa eran un caos, todo estaba sucio y mal oliente; y en un instante Él lo había dejado perfecto.
Todo estaba avanzando muy bien, era increíble todo lo que estaba haciendo por mí. Hasta que me visitó mi amiga autocontrol; la invité a seguir a mi casa, me alentó mucho su visita. Quise atenderla por mi misma, así que pensé ya fue suficiente tanto amor por mi. Ya es hora de que mi gran amigo se siente y tome unos minutos de descanso. Deseaba atender la visita por mi misma, pero no fue lo que esperaba.
Mi gran amigo no estaba cómodo y mi visita era un poco exigente. De repente sonó la puerta, me asomé y era mi otra amiga frustración; la dejé entrar y me di cuenta que nada me estaba saliendo bien. Mi amigo solo me miraba, era increíble que siguiera allí. Él había llegado a mi casa con la promesa de vivir conmigo y hacer todo lo que fuera necesario por mí sin nada a cambio, estaba brindándome ayuda y yo le había ignorado. Quería agradarle y honrarlo dejándolo sentado, pues sentía que debía retribuirle su favor.
Y entonces me pregunté ¿cómo podría glorificar a mi amigo con la visita que tengo en casa? ¿Estaba yo glorificando su generosidad al no permitirle que me ayudara? ¡No! Me sentí mal, caí al piso sin fuerzas y le pedí perdón, le dije: “¡Amigo mío! Ayúdame, levántame, y por favor ¿podrías traerme una silla cómoda para sentarme y te encargarías de arreglar este desastre que cause?”
Que forma más increíble para mostrarle a mi visita que soy imperfecta, que necesito a mi gran amigo, manifestarle por medio de ese gesto que Él es más fuerte que yo, que es bastante bueno y que como Él no hay otro. Definitivamente esa era la manera correcta de glorificarlo, le estaba mostrando que le necesito, pidiéndole ayuda y contando con Él. Despidió a mi visita y no regresaron más, se dieron cuenta que yo no les necesitaba, que había alguien más fuerte que ellas y fortalecía mi debilidad.
Mi gran amigo Jesús dice: “separados de mí nada podéis hacer”. Así que puedo decir con certeza que me encuentro paralizada cuando estoy sin mi amigo Cristo, no puedo hacer nada bien. Pues como dice el Apóstol Pablo en Romanos 7:18 “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien…”(RVR1960)
Si recordamos Juan 15:5, Dios tiene el propósito de que hagamos algo bueno. Él desea que llevemos fruto. En Juan 15:15 Jesús dice “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” (RVR1960), así que tenemos un gran amigo que es fuerte y de suma confianza, que ha prometido hacer por nosotros aquello que no podemos hacer por nosotros mismos.
Y entonces ¿cuál es la manera correcta de glorificar a Cristo? Él nos da la respuesta en Juan 15:7 «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho».
En la oración es donde podemos abrir nuestro corazón a Dios, allí podemos admitir de forma clara y sincera que sin Cristo nada podemos hacer. Es acercarnos a Dios, con la certeza de que Él nos brindará la ayuda que necesitamos.
Escrito por Nina Gutiérrez para ConectadosConCristo.com