Ahora ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y mientras vivo en este cuerpo, vivo por fe en el Hijo de Dios, quien me amó y entregó su vida para salvarme. Así que yo no voy a rechazar el generoso amor de Dios. Pues si por la ley fuera posible que estuviéramos bien con Dios, entonces la muerte de Cristo no serviría de nada.”
Gálatas 2:20-21 PDT

Un día soleado y hermoso decidí ir a la playa con mi familia, mi plan era disfrutar del clima que estaba haciendo, pensé, me sentaré en la orilla y leeré un libro mientras todos disfrutamos del buen día. Pero el calor era insoportable, no pude aguantar la necesidad de entrar al mar, sobretodo ver a mi papá y mi mamá jugar en el mar con mi hermano, entonces decidí entrar.

Tal y como lo imaginé estaba deliciosa el agua, empecé a jugar con mi familia, la estábamos pasando muy bien, cuando nos dimos cuenta estamos cerca de las rocas nos parecían hermosas y no veíamos ningún peligro, seguimos jugando, hasta que mi pie se enredó con unas algas, las olas del mar golpeaban fuertemente hacia las rocas, sentía que me estaba ahogando la marea estaba subiendo, no podía gritar para pedir ayuda.

Estaba muy asustada, llena de pánico solo podía pensar ¿podría alguien salvarme? Me encontraba bajo del agua, no podía gritar.

De repente sentí una mano gruesa y grande, era mi padre que me había cogido, fue la mejor sensación del mundo. Me rendí completamente a ser arrastrada por su fuerza. Me encantó ser levantada a su voluntad, no me resistí.

El pensamiento de que debía ayudarle para salvarme, hacer fuerza junto con su mano, no se me cruzó por la mente. Lo que realmente pensé fue ¡Sí!, ¡Te necesito! ¡Eres increíble!

¡Gracias! ¡Me encanta tu fuerza y tu iniciativa! ¡Me encanta tu agarre! ¡De nuevo gracias!

Esto es justo lo que me pasó con mi Padre celestial, solo pude rendirme, no puedo presumir de que hice algo, me jaló hacia Él, me salvó, me rescató y me dio libertad; a esto se le llama fe. Mi padre es la gracia venidera era lo que anhelaba cuando estaba bajo el agua. Esta es la fe que hace ver grande la gracia.

Mientras estamos en este mundo y pensamos cómo vivir la vida cristiana, el mayor de los  pensamientos debería ser: ¿cómo puedo magnificar la gracia de Dios en lugar de desecharla? Pablo responde esta pregunta con el versículo que inicié esta historia está en Gálatas 2:20-21: «20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No desecho la gracia de Dios…«

¿Por qué su vida no desecha la gracia de Dios? Porque vive por fe en el Hijo de Dios. La fe dirige la atención hacia la gracia y la magnífica, por lo tanto no hay lugar para desecharla. Su sacrificio costo su última gota de sangre, fue para permitir que tú y yo nos acerquemos a Él, si fuese por la ley no tendría sentido todo esto.

Escrito por Nina Gutiérrez para www.conectadosconcristo.com