“Más vale habitar en un rincón de la azotea que compartir el techo con mujer pendenciera. (Proverbios 21:9 NVI).”

He tenido la bendición de aprender de mi madre cómo se debe llevar un buen matrimonio. Ella, mujer de 60 años y con casi 40 años de experiencia, aconseja a las mujeres que para tener éxito en sus hogares, es necesario un compromiso pleno de la mujer, por consentir, atender, mimar y cuidar a su esposo en todo momento y en todo lugar. Al escucharla, era inevitable pensar que era una locura, que sus ideas eran obsoletas y pasadas de moda y que actuando de esa manera, minimizaba mi valor al dejarme pisotear de manera deliberada, dejando de lado mi derecho a opinar o decidir dentro de mi hogar.

Con 23 años, ya era madre de dos lindas niñas. Incansable trabajadora, exitosa en mis proyectos laborales, pero fracasada como esposa, más por ignorancia a causa de mi inexperiencia que por falta de amor, cometí muchos errores que me llevaron al abismo del divorcio y hoy se los comparto con la esperanza de que pueda exhortarlas a luchar con todas sus fuerzas por la bendición de una familia feliz:

Fui piedra de tropiezo; Luego Dios el Señor dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» (Génesis 2:18 NVI):

 Ser ayuda idónea cobra significado, cuando ayudas a tu esposo, eres complemento, estás presente en los buenos y malos momentos de su vida, te conviertes en su principal animadora y admiradora. Me equivoqué cuando me creí con el derecho de hacerle ver sus faltas, repetirle muchas veces lo que no me gustaba de él, cuando me demoré en perdonar sus faltas,  aun cuando me pidió perdón de muchas maneras y quiso arreglar las cosas, mi orgullo pudo más, fui un verdadero obstáculo en el cumplimiento de sus planes y sueños. Mi afán por demostrar que era autosuficiente y que TODO lo podía lograr sin su ayuda, hizo imposible la unidad entre nosotros. Dios dijo “dejarás a tu padre y a tu madre”, pero en mi egoísmo los involucré cada vez que surgía una diferencia, cargándolos emocionalmente creyéndolos capaces de solucionar nuestros problemas.

Palabras de maldición brotaban de mi boca constantemente; “No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición” (1 Pedro 3:9 NVI): Mis ataques de furia eran desmedidos. La grosería, los gritos e insultos eran dardos con los que buscaba que de alguna manera él sintiera en carne propia lo que yo sentía al descubrir sus mentiras. Perdí la cuenta de las veces en que lo eche de la casa y le grité que se fuera con otra mujer. Declaré una y otra vez que podía sacar adelante sola a mis hijas. Con la intención de hacerle daño, me convertí en la lanzadora del año de lo que tuviera a la mano. No conocía el poder de las palabras, cada una de ellas se hizo realidad sin excepciones, él se fue con otra y resignada tuve que seguir mi vida sola con mis princesas.

Fui arrogante y orgullosa al pensar que someterme significaría perder mi dignidad; Esposas, sométanse a sus esposos, como conviene en el Señor. (Colosenses 3:18 NVI):

Someternos a nuestros esposo, es un mandato del Señor. Él nos ordena honrarlos, respetarlos y reconocer su autoridad en el hogar. Es importante que quede claro que me refiero a autoridad y no autoritarismo. Es inaceptable, que soportes maltrato físico, verbal o psicológico de un hombre.

Impuse mi voluntad, quería que las cosas se hicieran a mi manera, lo desautoricé y ridiculicé con mi comportamiento imprudente delante de otras personas, me creía dueña de la verdad absoluta. Cuando me enteré de su primera infidelidad me resistí a cumplir con mi rol de esposa, cuidarlo, mimarlo, atenderlo, tener mi casa en orden, cocinar para él, tener su ropa limpia y planchada, cuidarlo cuando estuviera enfermo era para mí una ofensa, no se lo merecía. Repetía a plena voz, que no me había casado para ser sirvienta de nadie.

Tendré que rendirle cuentas a Dios por mi desobediencia. Él dijo, sométete a tu esposo en TODO. Es así, que aprendí con lágrimas en mis mejillas que mi deber es ser guerrera en oración, para levantar en victoria mi matrimonio de la mano de Dios. La confrontación y la cantaleta no genera cambios significativos pero entregarle a Dios esa situación, ¡sí!.  Tanto ellos como nosotras tendremos que pasarle informe al Todopoderoso por lo que hicimos y dejamos de hacer, es inevitable.

Descuidé mi apariencia; “se viste de púrpura y lino fino” (Proverbios 31:22 NVI): Después de mis embarazos, mi cuidado personal pasó a un segundo plano por mis ocupaciones diarias. En el día me veía presentable a pesar de los 25 kilos que había ganado, pues trabajaba en una muy buena Compañía como jefe de área, sin embargo, en la intimidad, no me preocupaba por usar una pijama o ropa interior adecuada que hiciera de mí una mujer atractiva para él.

Los hombres permanecen en donde mejor los tratan y en donde mejor se sienten. Son visuales y lo que tu dejas de hacer, otra está dispuesta a suplirlo porque es la brecha que el enemigo utiliza para derribar, destruir y matar poco a poco tu relación.   

La pelea era mi bastón de mando: “Gotera constante en un día lluvioso, es la mujer que siempre pelea.” (Proverbios 27:15 NVI): Le peleaba por que sí y porque no. No había descanso, porque nos acostábamos muy tarde y nos levantábamos de madrugada en medio de una batalla campal. Podía tener razón, pero mis argumentos carecían de valor, el mensaje era comunicado de manera errónea e ineficaz. No en vano la palabra dice: “Como ciudad sin defensa y sin murallas es quien no sabe dominarse” (Proverbios 25:28 NVI).

El orden de las prioridades: La Biblia no es específica al mencionar éste punto, ya que lo trata de manera general en diferentes capítulos y son las siguientes en su estricto orden: Dios como número 1 (Deuteronomio 6:5 NVI), nuestro cónyuge en segundo lugar (Efesios 5:22), luego los hijos (Proverbios 22:6) (Efesios 6:4), y por último, nuestros padres, parentela, amigos, trabajo e iglesia.

Cuando el orden de las prioridades no se cumple, es cuando se desestabiliza el hogar y se da pié a la falta de unidad.

Si anhelas un matrimonio que refleje la voluntad buena, agradable y perfecta de Dios, debes velar porque el orden de las prioridades mencionadas se cumpla.

No existe éxito profesional, amigos, familiares o hijos que puedan suplir el desastre emocional de un divorcio. Como esposos se han fundido el uno con el otro y al someterse a un proceso de separación, el alma se desgarra y las consecuencias son nefastas.

Tardé para comenzar a orar por mi hogar. Aunque conocí a Cristo y quise remediar el daño causado por mi falta de sabiduría, no hubo vuelta atrás.  Dios me concedió una segunda oportunidad, restauró y transformó mi vida, sanó mis heridas y me hizo una nueva persona dispuesta a no cometer los mismos errores de mi pasado.

El amor verdadero, perdona, lucha, omite y cubre infinidad de errores. No es fácil, pero para Dios, no hay imposibles y tú, aún estas a tiempo de salvar el tuyo…

“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
(1 corintios 13:4.7)

Escrito para: www.conectadosconcristo.com