“El Señor le dijo a Moisés: 2 «Ordénales a los israelitas que expulsen del campamento a cualquiera que tenga una infección en la piel, o padezca de flujo venéreo, o haya quedado ritualmente impuro por haber tocado un cadáver. 3 Ya sea que se trate de hombres o de mujeres, los expulsarás del campamento para que no contaminen el lugar donde habito en medio de mi pueblo.» 4 Y los israelitas los expulsaron del campamento, tal como el Señor se lo había mandado a Moisés. 5 El Señor le ordenó a Moisés 6 que les dijera a los israelitas: «El hombre o la mujer que peque contra su prójimo, traiciona al Señor y tendrá que responder por ello. 7 Deberá confesar su pecado y pagarle a la persona perjudicada una compensación por el daño causado, con un recargo del veinte por ciento. 8 Pero si la persona perjudicada no tiene ningún pariente, la compensación será para el Señor y se le entregará al sacerdote, junto con el carnero para expiación del culpable. 9 Toda contribución que los israelitas consagren para dársela al sacerdote, será del sacerdote. 10 Lo que cada uno consagra es suyo, pero lo que se da al sacerdote es del sacerdote.»”. El pecado es la puerta para que el enemigo nos acuse constantemente, haciéndonos sentir avergonzados delante del Señor. Conozco personas que se sienten indignas de hablar con Dios, por el temor a ser juzgadas y prefieren vivir alejadas de Él, antes que abrir su corazón, pedir perdón al ofendido y confesar sus pecados. Arrepentirse va mucho más allá que eso, es un llamado a la acción, a devolverle al otro lo que le ha sido quitado, a exaltar el nombre de Dios con humildad y la idea radical de no volver a cometer en el futuro lo mismo, ni con esa persona ni con nadie. Vivir actuando como si nada pasara, como si tus actos fueran invisibles a los ojos de nuestro Padre es un absurdo, TODO sale a la luz pública en algún momento, pero lo que se hace en secreto ya ha sido visto por Él y así mismo dependiendo de qué tan testarudos y demorados seamos para reconocer nuestros errores y mostrar verdadero arrepentimiento, se retrasarán las bendiciones que anhelamos en lo más profundo de nuestra alma. La restitución es fundamental pero solo los limpios de corazón, podrán contemplar su gloria y majestad en todo lo que hagan. Depositar nuestra confianza en un Dios perdonador, nos permite conocer lo que nos conviene, nos hace libres y garantiza una genuina reconciliación con el Señor. Tengo miedo de ser juzgado(a), pero hoy entiendo que toda acción tiene una reacción y que las consecuencias de mi pecado son nefastas para mi crecimiento espiritual. Padre, he pecado contra (nombra las persona a quienes has ofendido) y contra ti y te pido perdón. Ayúdame a reivindicarme con esta(s) personas, demostrándote con hechos que deseo cambiar, reconciliándome antes que nada contigo, para que la luz vuelva a iluminar mi camino. Gracias Padre por concederme oportunidades para ser totalmente libre de los señalamientos del acusador y por permitirme restituir a mi hermano lo que le ha sido quitado, recuperando así la dignidad perdida, en el nombre de Jesús, amén.Texto Bíblico
Números 5 : 1 – 10 (NVI)
La pureza del campamento
Restitución por daños
Reflexión
Ofensas que exigen restitución inmediata
De nuestra honestidad al reconocer que hemos fallado y ofendido a nuestro hermano, depende nuestra comunión con Dios. Somos seres humanos y por nuestra naturaleza pecaminosa, tendemos a pecar, siendo tentados con mucha frecuencia a la desobediencia de los mandamientos de la ley del Señor, exponiéndonos a situaciones en donde se nos mide nuestra integridad, interrumpiendo la paz y la armonía presentes en nuestra relación personal, una vez hemos fallado.
Oremos