Cuando pensamos que DIOS está en todas partes tenemos una avalancha de sentimientos, si nos enfrentamos a la soledad o la desesperanza la idea de su omnipresencia es reconfortante, pero si el pecado nos acusa y caemos en la trampa de la culpabilidad su omnipresencia puede ser agobiante.
La realidad es que DIOS está en todas partes, pero no dimensionamos muy bien lo que esta frase significa, quiero decir que más que una idea panteísta en donde todo es ÉL y cada cosa está compuesta por su esencia, DIOS es una persona y parte de su ser habita en cada uno de nosotros. Es decir, su amor y naturaleza divina reside en nosotros, como una herencia o legado genético de un padre.
Se trata de la heredad de su espíritu, cada una de las virtudes que lo describen reside en cada uno de nosotros sin excepción, sólo debemos encontrar el camino que nos conduce a ÉL, con una simple condición, que sea en pleno uso de nuestro derecho a elegir, dicho de otra manera, que utilicemos nuestro derecho al libre albedrío.
DIOS está en todas partes, pero cuando sus hijos decidimos ir a su encuentro, con todo lo que ello implica, entonces se cumplen las condiciones para que su gloria se manifieste, ÉL es un caballero y espera que nosotros elijamos seguirle y aprender a su lado, que estemos dispuestos a intimar, a construir una sana relación y a reconocer que somos sus hijos.
DIOS está en todas partes, disfrazado del niño abandonado en la calle que espera que decidamos ofrecerle una esperanza, disfrazado de todo aquel que necesita que le hablemos de su amor y misericordia, de los pobres y necesitados, de aquellos que necesitamos saber que hay una hermosa promesa al final de esta vida. Así como también de aquel que puede ayudar y bendecir.
Porque ÉL está en todas partes, está en mi vida, en las palabras de mi padre cuando quiere transmitirme la sabiduría que ha adquirido con los años, en las caricias y mimos de mi madre, en los besos de mi futura esposa, en los abrazos de mis hermanos, en las sonrisas de mis sobrinos, en las prédicas de mi pastor, en las atenciones de los servidores de mi iglesia.
Es claro que no es una idea panteísta de DIOS, sino de un legado de una marca que nos distingue a todos, porque somos su descendencia, es como el color de los ojos o la forma del mentón, una herencia que más que físicamente nos debe distinguir espiritualmente, porque somos sus brazos y piernas, su corazón y sus ideas, fuimos hechos a su imagen y semejanza.
Cuando vemos nuestro álbum familiar, vemos a DIOS a través de los tiempos, porque está en todos lados, no tiene principio ni final, no tiene tiempos en su existir porque ha sido, es y será, eterno y maravilloso, porque su reino es poderoso y tan grande que no sabemos su alcance y magnitud. No hay manera de decir que no somos sus hijos, aun cuando hagamos pataleta o le demos dolores de cabeza.
DIOS tiene la fuerza de la libertad, el poderío del amor, la contundencia del perdón, la majestuosidad de la misericordia, la potencia de la verdad, la firmeza de la justicia, la ternura de la gracia, la nobleza de la santidad, y nos extiende su mano, para que lo elijamos todos los días, porque DIOS está en todas partes y quiere caminar con nosotros… quiere estar en nuestras decisiones cotidianas.
Sólo tienes que recordar que ÉL es omnipresente, que está en todas partes.