“Mujeres buenas hay muchas, pero tú las superas a todas”

(Proverbios 31:29 TLA)

Eres única. Fuiste creada a imagen y semejanza de Dios y por eso es insensato creer que no vales nada o no eres capaz de cumplir tus sueños. Eres una bendición y no habitas esta tierra por casualidad. Haces parte del plan de Dios, portadora de su gracia y amor. Eres ciudadana del cielo y existes porque tienes una misión que cumplir.

No eres más ni menos que otras mujeres alrededor del mundo. En la medida que tomes la decisión de creer en ti misma, podrás cumplir tus sueños. Equivocadamente nos han hecho creer que una imagen vale más que mil palabras: que si caminas erguida demuestras seguridad, que si te vistes con ropa costosa eres elegante y que tienes que pedirle permiso al mundo entero para cumplir tus sueños.

Por mi parte prefiero creer lo que Dios dice de mi y hacer oídos sordos a palabras necias. Para hacer realidad mis proyectos, solo debo fijar mi mirada en la dirección correcta. Cuando le he entregado a Dios mis intenciones desde el corazón, Él ha actuado a mi favor (Proverbios 16:3).

Estamos expuestas a una sociedad machista opositora de que las mujeres seamos protagonistas activas en cualquier ámbito. Hemos perdido oportunidades porque nos creen menos estratégicas, inteligentes o capaces que los hombres. Se nos cierran puertas de progreso por ser madres cabeza de familia; frecuentemente nos etiquetan como emocionales, críticas, quejetas, chismosas o desleales; generalizan diciendo que todas somos iguales y que con todo o nada nos victimizamos. Pero ha llegado la hora de callar esas voces, asumiendo la actitud de Cristo… haciendo lo que Dios nos ha ordenado hacer.

En mi juventud quise ser artista, pero mi papá dijo NO, porque de la música nadie vive; quise retirarme de la ingeniería para ser azafata y la respuesta de mi novio fue NO, porque nos tocaría aplazar nuestro sueño de casarnos; quise luchar por mi matrimonio y mi esposo tomó la decisión de abandonarme; asumí mi responsabilidad de mujer despreciada y para sacar adelante a mis hijas, quise comprar un apartamento para las tres, pero la constructora dijo NO porque siendo madre cabeza de familia no podría responder por el crédito hipotecario que necesitaba…en fin… a diario eres menoscabada, subestimada y rechazada; sin embargo, agobiada y cansada de esa situación, decidí cambiar mi actitud de derrota para asumir la de vencedora en Cristo que llevo impresa en mi ADN desde que Él me concibió en su corazón.

Las negativas y los obstáculos que nos amenazan cada día, son oportunidades que tenemos para crecer personal y espiritualmente. Son motores de cambio. No tienes que demostrarle a nadie quién eres, solo necesitas reconocerte como una mujer empoderada, con un llamado especial.

Cuando escribí Cartas de un Alma Restaurada, lo hice con la convicción de cerrar una etapa frustrante de mi vida, con un grito audible de victoria. Dios me transformó en una persona feliz y con propósito. Él me ha demostrado su apoyo en los momentos difíciles y en los momentos de duda, me ha infundido nuevas fuerzas para dar cumplimiento a sus promesas.

El amor de Dios y nuestra obediencia a sus mandatos, jamás serán condicionados a que tengamos que someternos a la humillación, la renuncia a nuestros derechos o el aplazamiento de nuestro llamado. Para el Señor somos su tesoro más preciado, las niñas de sus ojos, sus hijas consentidas y nos ha cubierto con un manto de dignidad innegociable. Nuestra feminidad no puede ser transgredida y solo nosotras podemos colocar límites y hacernos respetar. Debemos recordar en todo momento y lugar que somos hijas del rey de reyes, amigas de Cristo, que le pertenecemos a Dios, que hemos sido redimidas, perdonadas, libres de toda condenación, escogidas y apartadas. Somos deseables para el Señor, la sal y luz del mundo y contamos con el favor del TODOPODEROSO. Somos princesas del reino y portamos una corona eterna que nadie nos podrá arrebatar.