“Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un espíritu renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen, y pondré en ellos un corazón de carne”
(Ezequiel 11:19 NVI)

Érase una vez una princesa, conocida por el calor humano que sabía dar; quienes la conocían, podían disfrutar plenamente de su manera especial de tratar a quienes amaba,  extrovertida, alegre, soñadora; le encantaba confiar en la gente y no consideraba posibilidad alguna de dolor infringido por aquellos de los cuales esperaba todo, inclusive el poder ser ella misma, era una mujer extraordinaria…

Una noche estrellada, flechas de fuego atravesaron su corazón, rompiéndolo en mil pedazos, murió su capacidad de expresar amor; fue defraudada, golpeada en su dignidad y en definitiva perdió su esencia de mujer; era reincidente, enfrentar la inclinación del hombre para vociferar en su contra que era la peor en todo lo que hacía, minó su confianza en sí misma, pero nunca en su fuente de luz, de esperanza y amor.

Le escuchó decir a una de sus amigas, que el diablo intentaría matarla, que por ningún motivo el permitiría que los propósitos de Dios se cumplieran en su vida; sin embargo, conociendo sus intenciones, cada día se levanta con la frente en alto y humildad de corazón a cumplir con su llamado y su misión, aunque muchos a su alrededor, la consideraban indigna. Sí, es lo que Jesús, su amor eterno, su todo, piensa de ella, la verdadera razón de existir y quien la motiva a avanzar. Es saber que algún día habrá de encontrarse con Él y que sin señalarla, sólo la tomará entre sus brazos, para hacerla sonreír por siempre. Es entender que hay heridas, que por la acción de un mortal, jamás dejarán de sangrar y que el único que puede sanarlas es su redentor.

Nunca antes el silencio habría sido una opción. Tener que callar su espíritu impetuoso para que otro sea feliz. Sentirse sola aunque esté rodeada de muchas personas, aparentar y ser hipócrita consigo misma, intentando ignorar que le importa y le afecta, ceder…ceder…ceder llevando cautivos los pensamientos, para no sucumbir ante la seducción de la oscuridad que la llama para apoderarse de su linaje.

Quédate quieta y reconoce que yo soy Dios…retumba en sus oídos… ¿Acaso antes ha escuchado un `No´ departe de su creador? ¿Acaso tiene derecho de llamar malo a lo que el Señor ha dicho es lo mejor de lo creación? ¿Es correcto maldecir antes que bendecir?…nada de esto es agradable a sus ojos, cada uno es responsable de sus obras y la de Dios, será terminada, porque su palabra es verdad y si Él lo ha dicho, lo cumplirá.

Aprendió que perderlo todo, es sólo el inicio de una vida en abundante gracia, que es necesario poner en una balanza lo que podría llegar a ganar con su cambio y que no debe vivir para agradar a los demás. Renunciar a sus sueños no volvería a ser una opción en su vida, luchar con las armas correctas ahora es su especialidad y su mejor defensa son las promesas del amor eterno e incondicional, que su padre le profesa cada día.

Su corazón de hielo se derritió…murió, para volver a vivir. Aquella princesa inerte, sin alma, dura consigo misma, dejó de existir. Su confianza en lo eterno es su baluarte, camina firme por los jardines de su castillo, digna de honra y con la corona de virtud que el Señor le ha dado. Sabe que no hay nada en este mundo que pueda hacerla volver a su pasado, porque su bendición está adelante y que refugiarse en Dios, su amor, su todo, su razón de vivir, significa rendir su orgullo y arrogancia en el olvido, para convertir sus caídas en oportunidades y sus derrotas en aprendizaje para que su presente y su futuro, no sea el que ella ha soñado, sino el que responda a los sueños de aquel, que hace TODO por su felicidad, sin escatimar esfuerzo alguno, para que se haga realidad.

“Y nosotros hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.”
(1 Juan 4:16 NVI)

Escrito por Lilo de Sierra para www.conectadosconcristo.com