Gran parte de la vida se vive en espacios públicos, rodeados de personas, y por supuesto para el creyente un espacio importante es la iglesia [edificios]. La iglesia, un espacio en el cual se reúnen creyentes, personas que han entregado su corazón a Cristo.

Dentro de este cuerpo están todo tipo de personas, unas con vidas plenas, felices y prósperas, con familias maravillosas, y otras con problemas, familias en conflicto, con diferentes problemáticas, etc. Además de ello, al ser únicos desde nuestra creación, hallaremos allí toda clase de personalidades, formas de pensar y de relacionarse, lo cual implica una diversidad natural, a veces compleja, pero siempre atractiva. Todas estas personas tendrían adicionalmente un común denominador: están en una búsqueda constante del Señor.

En relación con lo anterior, es difícil considerar que todos aquellos que van a una iglesia, acuden a buscar al Creador; son diversas las motivaciones por las cuales las personas acuden a una iglesia, y cada uno en su propia experiencia evoluciona en ese sentido.

Ahora bien, la palabra iglesia viene de la palabra griega “Ekklesia” que significa “una asamblea” o “una convocatoria”. Visto de esta forma el concepto no está asociado a la edificación, como un “contenedor” de personas cristianas, sino a un cuerpo de creyentes (concepto que se amplía en Efesios 1:22-23).

Aunque una edificación puede ser necesaria en la mayoría de los casos como punto de encuentro, no puede ser la única opción para que el creyente se conecte con Dios. Las edificaciones facilitan la hermandad, fortalecen los vínculos entre los creyentes al convertirse en un escenario que facilita la interacción, además de que claramente son espacios en los cuales Dios, de forma soberana, obra a través del mover del Espíritu Santo incluso por medio de las charlas, eventos, tiempos de alabanza, intercesión, etc.

No obstante, el desafío del creyente va más allá de conservar y vivir aquellas enseñanzas dadas en los templos, va más allá de seguir una rutina, una liturgia o una tradición; incluso más allá de mantener relaciones cordiales y amorosas con los hermanos en la fe, y tendría una relación directa, y muy estrecha, con el nivel de intimidad que logramos establecer con Dios y que debemos desarrollar fuera de los templos, y que es paralela a la vida en comunidad.

Este punto de encuentro, es el espacio en el cual permites de Dios te envuelva y toque tu vida a través de la meditación en la Palabra, en los momentos de quietud delante de Él, y en medio de esos diálogos honestos que podemos sostener con el Padre, un momento ideal para hablar y escuchar.

Gran parte de la confianza que necesitas para continuar en el sendero se desarrolla en ese lugar y en ese momento, es el punto en el cual eres fortalecido, donde puedes experimentar Su gloria, recibirás consejo o incluso un jalón de orejas.

Apartar tiempo de tu día para orar a nuestro Dios es un regalo, leer las Escrituras una necesidad y meditar en ellas una forma en la cual permitirás que Dios exprese su amor, su corrección y su sabiduría a través de la obra del Espíritu Santo.

Jesús fue ejemplo de ello, acudía a un punto de encuentro con su Padre como una muestra de su obediencia, dependencia y amor, por ello Él se constituye en nuestro modelo a seguir.

“Así que Jesús muchas veces se alejaba al desierto para orar.”

(Lucas 5:16 – NTV)

 

“A la mañana siguiente, antes del amanecer, Jesús se levantó y fue a un lugar aislado para orar.”

(Marcos 1:35 – NTV)

 

Recuerda que establecer un nivel de intimidad con Dios requiere que determines establecer un punto de encuentro a solas y también en medio de tu comunidad, y sobretodo que entregues tu vida a Jesús cada día.

¡Hoy te bendigo!

Escrito por Jonathan González (@achristian_walk) para www.conectadosconcristo.com