TEXTO BÍBLICO

“Pero yo, Señor, elevo a ti una oración en el tiempo de tu buena voluntad.

Por tu gran amor, oh Dios, respóndeme; por tu fidelidad, sálvame.

Sácame del lodo; no permitas que me hunda.

Líbrame de los que me odian y de las aguas profundas.

No dejes que me arrastre la corriente; no permitas que me trague el abismo

ni que el foso cierre sus fauces sobre mí.

Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu gran amor; por tu inmensa misericordia, vuélvete hacia mí.

No escondas tu rostro de este siervo tuyo; respóndeme pronto, que estoy angustiado.

Ven a mi lado y rescátame; redímeme, por causa de mis enemigos”.

(Salmos 69:13-19 NVI)

REFLEXIÓN

Damos gracias a Dios por las temporadas difíciles, porque gracias a ellas crecemos espiritual y personalmente. Pareciera que nos ahogan los problemas y tenemos dos opciones, flotar y tratar de ponernos a salvo o rendirnos y no luchar más; sin embargo, es en ese álgido momento de angustia y desesperación, que buscamos su intervención sobrenatural como principal medio de supervivencia.

Creer que podemos recibir bendiciones aunque seamos desobedientes y cedamos constantemente a las tentaciones de fallarle a Dios, es insensatez. El pecado siempre traerá aflicción y sufrir el desafortunado efecto de aquel que negocia su paz y tranquilidad por lo temporal, es la crónica anunciada de una muerte segura.

 Somos soldados del ejército de Dios, pero no nos apropiamos de tal investidura. Nos cansamos de clamar y pedir su ayuda; lo culpamos neciamente de nuestras malas decisiones; nos apartamos de su presencia como si Él necesitara de nosotros y no nosotros de su sabiduría. La impaciencia se convierte en nuestra bandera en el campo de batalla. Elegimos la soledad, evadir nuestras responsabilidades, ser orgullosos, odiar antes que bajar los puños para alzar los brazos y alabar al todopoderoso. Nos cuesta entregarle nuestras cargas, demostrando nuestra inmadurez espiritual y falta de confianza.

 Aunque se vale sentirnos derrotados y frustrados, no podemos darnos el lujo de darle la espalda a aquel que en su buena voluntad puede cambiar los escenarios más oscuros en grandes victorias llenas de luz. La fe puede tambalear por momentos y nos puede costar mantenernos en pie al sentir el gélido frio y fuerte viento que a diario amenaza con derribarnos y dejarnos tendidos y totalmente indefensos ante la adversidad; pero dudar de la infinita gracia de nuestro creador y su capacidad de llegar en el tiempo justo para salvarnos y rescatarnos de una vida sin fruto, es inapropiado.

 Orar sin cesar, cantar alabanzas, dar gracias aunque no veamos el milagro y acudir al buen consejo que podemos encontrar en su palabra, son instrumentos que no debemos subestimar. Son armas poderosas que nos revisten de autoridad y de un poder inconmensurable. Dios tiene un propósito en cada dura situación que estamos enfrentando. No está en sus planes  dejarnos en vergüenza; sino en glorificarse en medio del proceso que cada uno tenemos que vivir, hasta que logremos entender que su bondad, compasión y gran amor nos redime de las consecuencias nefastas de la desobediencia y de los ataques de un enemigo que sin piedad busca destruirnos.

 Nuestra estadía en el desierto no es vano. Su gracia nos alcanza cuando lo reconocemos como nuestro único Señor y salvador y cuando renunciamos a tener el control para dejar que Él obre y nos sorprenda de manera sobrenatural. Recibirlo en nuestro corazón debe ser una resolución de cada día. Renunciar al pecado es requisito fundamental de la reivindicación, restauración y restitución y concederle el lugar que le corresponde en nuestra existencia es la garantía eterna de que al caer, tendremos quien nos levante y nos sostenga.

Alabanza sugerida

Canción: Santo es el que Vive (Versión Acústica) – Montesanto & Dani Carrasco

Ver video aquí: https://youtu.be/ToDXDSQUrms

OREMOS

Señor, rescátame de la oscuridad y libérame de las cadenas que he decidido llevar por mis malas decisiones. Úsame para dar a conocer tu gran amor y misericordia, hacia aquellos que deciden confiar en ti y amarte con todas sus fuerzas. Renuncio a todo aquello que me aparta de tu presencia. Te entrego mis cargas y clamo por tu restauración. No me dejes solo(a), dame paz, esperanza y calma mientras espero paciente tu inteevención. Declaro que tuya es la victoria. En el nombre de Jesús y bajo la unción de tu Santo Espíritu. Amen y amén.