“Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que a ustedes, me aborreció a mí”.
(Juan 15:18 NVI)

Solo quien lo tenido que enfrentar conoce el intenso dolor que se siente cuando somos rechazadas o despreciadas por alguien, más aún, cuando amamos profundamente a esa persona. Sus duras palabras taladran nuestra alma, nos hacen sentir humilladas y sin ningún valor, a tal punto, que la tristeza ahoga nuestra voz y comprime nuestro pecho recordándonos lo frágiles que somos.

Nos quebrantamos y la angustia se apodera de nuestros sentidos, no podemos pensar con claridad y usamos el bloqueo emocional como nuestra principal defensa. Atrincheradas para protegernos de las descalificaciones constantes, los juicios de valor, los señalamientos y los comentarios despectivos y despreciativos frente a nuestro desempeño, capacidades, habilidades o talentos, oramos a Dios con dificultad y en ocasiones pensamos que también, le hemos fallado a Él.

En Jeremías 1:5 (TLA) Dios nos confirma que nos eligió antes de que naciéramos y nos apartó para hablar en su nombre a todas las naciones del mundo. Es una mejor opción rechazar lo negativo que el mundo dice de nosotras y creerle a Dios cuando afirma vehementemente que para su obra somos útiles, que fuimos creadas para ser amadas, valoradas, respetadas y revestidas de su gracia, para marcar la diferencia en un mundo de iguales.

Quieren convencernos de que no somos dignas, que carecemos de la capacidad, la preparación, el dinero o la imagen, para reflejar a Dios o dar a conocer su palabra y no son más que mentiras, porque el dueño absoluto de todo lo que existe, con su poder ilimitado, allana sendas, abre puertas y nos reviste de la autoridad para dar pasos firmes en el cumplimiento de nuestro propósito, aunque otros lo quieran impedir.

Debemos brillar y es un mandato del Señor que debemos cumplir. Ser transformadas a la medida de nuestro padre celestial es necesario para generar el impacto esperado. Entiende que Él no nos exige perfección sino un corazón dispuesto a dejarse usar. No permitas que nadie apague tu voz ¡tu momento es ahora!

El anhelo de hallar aprobación y aceptación nos conduce a hacer cosas que no solo ponen en riesgo nuestra seguridad, sino que nos llevan a desestimar la obra de Dios en nosotras. Negociar nuestros principios a cambio del visto de bueno de otros es negar al Señor de la manera más insensata que podemos hacerlo; a Él le duele que nuestro corazón albergue la necesidad de aprobación de un mundo que odia todo lo que tiene que ver con Él y bien lo dice su palabra en Santiago 4:4 (NVI) que le somos infieles cuando hacemos amistad o disfrutamos de las pasiones vanas, vacías y superficiales que el mundo ofrece y que al hacerlo nos convertimos en sus enemigos.

Somos nosotras quienes decidimos si queremos amoldarnos a lo que hoy vemos o si anhelamos la transformación diaria que Cristo nos da a través de la renovación de nuestra mente. De esta decisión depende el que podamos disfrutar de la voluntad buena agradable y perfecta de Dios, al arrancarle una hermosa sonrisa por una conducta intachable delante de Él y de los hombres.

Honrar a Dios en todas las áreas de nuestra vida, no es fácil; sin embargo, quiero que sepas que Él lo sabe. El te ve con ojos de amor. Valora tus esfuerzos. No eres invisible para Él y conoce cada una de tus debilidades y defectos y aun así, te ama y reconoce siempre lo mejor en ti.

Si demostramos con nuestro testimonio que amamos a Dios con todo nuestro ser, mente y corazón, tanto en lo público como en nuestra intimidad, Él nos recompensará poniendo nuestra vida en orden y concediéndonos nuestros deseos más profundos. Él es un Dios generoso, que lucha incesantemente por nuestro bienestar físico y espiritual.

No permitas más que las opiniones ajenas, afecten tu autoestima. Lo que realmente debe importarte es lo que Dios piensa de ti. Recuerda que a Él no tienes que ganártelo con dádivas, con tu hermosa sonrisa, con tu dulce voz diciéndole a diario que lo necesitas y que lo amas, es suficiente.

“Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano”.
(1 Corintios 15:58 NVI)

Escrito por Lilo de Sierra para www.conectadosconcristo.com