“Detesté cada minuto de entrenamiento, pero me dije, no renuncies, sufre ahora y vive el resto de tu vida como un campeón” – Muhammad Ali
“El último asalto” es el título de una película que me gustó y que vi hace unos años, la traducción literal del inglés es resucitando al campeón, yo la traduciría como evocando al campeón, porque se trata de un recuerdo borroso e ilusorio. Es una historia lastimera de un habitante de la calle y un columnista menor de un periódico local, el primero al parecer tuvo un pasado prestigioso en el mundo del boxeo y el otro busca con ansia su momento de gloria.
La historia aparentemente no tiene nada de especial y relevante, pero es un relato estupendo para desmenuzar porque tiene varios elementos que se me antojan llamativos, como la forma en que los protagonistas traen del pasado el fantasma de un ágil y valiente retador que pudo llegar a ser un gran campeón, sin embargo no es de la película de lo que quiero hablar hoy, se trata de lo que me trajo a la mente al tropezarme con su título después de varios años.
Hace sólo un par de días estaba buscando algunos títulos interesantes para agregar a mi lista de reproducción y me tropecé con la imagen de “El último asalto”, allí aparece Samuel L. Jackson en su rol de “Campeón” en una pose desafiante y en guardia, con la mirada de alguien que está curtido por los golpes, con cicatrices en el rostro y en el alma.
Entonces recordé mis años pasados y vi en retrospectiva mi vida, traje de regreso el fantasma de “Campeón”, un hombre que era casi un desposeído espiritual, vacío y sin propósito, evoqué mis quiméricos triunfos y mis estrepitosas derrotas, rememoré a alguien que vivía entre promesas y falsas ilusiones, alguien que emulaba a un retador que pudo llegar a ser un gran campeón para el mundo.
Recuerdo ver a DIOS en mi esquina, gritando: ¡cúbrete!, ¡esquiva los golpes!, puedo escuchar el sonido de mi respiración y el eco ensordecedor de los que quieren ver sangre en el cuadrilátero, puedo sentir los golpes de la vida y del enemigo sin tregua, sin misericordia sobre mi rostro y costado, siento que las piernas me flaquean y anhelo el sonido de la campana, es una masacre. Sólo quiero que termine el asalto.
Después de unos minutos de carnicería que parecen eternos, todo se torna borroso y siento que puedo masticar el aire, todo me da vueltas y estoy contra las cuerdas, mis piernas no pueden soportar mi peso, DIOS tira la toalla y se abalanza sobre mí para auxiliarme, mientras caigo trágicamente sobre la lona, buscando con los ojos una sonrisa redentora o una palabra de aliento.
Cada uno de nosotros tenemos historias y un pasado de miserias, DIOS no quiere que olvides el pasado, sino que tu historia de superación sea inspiradora, que sea una demostración de su poder y amor infinitos, ÉL quiere que entendamos que sólo en su nombre y siguiendo sus caminos encontraremos un propósito grande y una razón para luchar y mantenerse de pie. DIOS quiere que seas un campeón de la vida.
El final de la historia es sublime, luego de varios mimos y cuidados DIOS me recupera y me dota de una nueva identidad, insiste en que no tengo que ser un recuerdo lúgubre, una promesa rota; ÉL me entrenó y renovó mi pensamiento, corrigió mi actuar y me ofreció una pelea de revancha, ahora tengo una oferta por el cinturón de la Asociación Mundial de Boxeo, la santidad es un sueño por realizar. Ahora yo soy su retador por el título, y ÉL es mi entrenador.