Ayer me encontraba caminando junto a un hermoso río; iba por el camino señalado observando los árboles alrededor del camino y sus hojas ya empezaban a cambiar de color y pensé, ¡Se acerca el otoño! que emoción poder contemplar los cambios de estación y disfrutar de las maravillas que Dios ha hecho para mí.

De repente, observé que del río sobresalen varias piedras. Me detuve por un momento y admiré todo lo que había alrededor y de repente me fijé que al otro lado del río había una enorme cascada, hermosa e inigualable. Me propuse llegar a ella pero para poder lograrlo debía pararme en las piedras y así cruzar al otro lado. Tremendo reto pensé, pues con lo temerosa que soy, no era una fácil decisión. Sin embargo pude controlar mis miedos y tome esto como un reto para superarme a mí misma. Entonces sin pensarlo dos veces puse mi pie en la primera roca. Me sentí bien y continué, aunque esta vez un poco más rocoso que el anterior, pero con mucho entusiasmo.

Mientras me movía de una roca a otra, iba mirando la bella cascada y trazaba en mi mente el camino que me llevaría lo más cerca posible a ella. Cruzando el río, decidí parar por un momento; observé todo lo que había alcanzado y aunque podía ver lo lejos que estaba de mi punto de partida, también podía ver lo mucho que me faltaba para llegar a donde me había propuesto.

En ese momento me senté en la roca y no pude evitar admirar la belleza que me rodeaba. Debo admitir que hasta ese momento no sabía lo que era la felicidad. Por primera vez me encontraba en un lugar solitario y me sentía rodeada de un sentimiento muy ajeno a mí.

Ha sido tan duro y han sido muchos los años que he trabajado para obtener la felicidad que ya ni tenía idea de lo que estaba buscando. Me enfoqué en lo que la televisión me decía que necesitaba para verme y sentirme mejor. Luego lo cambié por las Redes Sociales buscando “Likes”, comentarios y miles de seguidores. Pero nunca alcanzaba lo que me proponía. Mi vida era un total fracaso.

Pensé durante tanto tiempo en mi pasado, mi presente y mi futuro, pero terminaba llena de culpabilidad, soledad, y por ende depresión. Mi vida era un lugar seco, buscando agua fresca y encontrando solo amargura. Luego de ver todo lo que había recorrido me dí vuelta para ver la cascada y como una pantalla gigante observe una película, era mi vida. Pude ver de dónde yo venía y lo horrible que era mi pasado, pero a la vez veo una cruz que borró todo lo terrible que había hecho y a su vez me quitaba toda culpabilidad, pues era perdonada.

Esa cascada me mostraba como mi presente era restaurado. Dios me abrió los ojos a su salvación, llenó el estanque vacío de mi ser. Me hizo recordar como al principio le dio una tarea al hombre y no fue la de buscar felicidad en cosas mundanas y vanas. Sólo él guía nuestro camino y nos provee de la luz, esa luz perfecta, que nunca se apaga, Cristo, quien vino y murió por mis pecados, quien pagó el precio por mi maldad, quien estableció mi felicidad, no por lo que yo me la mereciera, sino por el perfecto amor del Padre hacia mí. Él me redimió y me hizo hija merecedora de su gracia.

Mi caminar en Cristo no ha sido fácil, he pasado por sufrimiento y dolor, pero inclusive en ellos vi su mano poderosa. En Él está mi felicidad pues bien lo dice la Palabra “Los que acuden al Señor resplandecen de alegría, jamás se decepcionarán.” Salmos 34:5 (PDT) y tu oh Dios, eres mi río de agua fresca, quien me brinda la felicidad que tanto busqué.

Escrito por Nina Gutiérrez para ConectadosConCristo.com