«Porque Dios nos escogió en Cristo  antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado.»

(Efesios 1:4-6 NBLH)

Cuando Dios nos eligió, nos hizo hijos suyos, dándonos conciencia y confianza de acercarnos a Su presencia y llevarla dentro de nosotros todos los días de nuestra vida. Por ende es Él quien nos hace santos, sin mancha, sin arruga; Él fue quien hizo eso en nuestras vidas y quien decidió escogernos y santificarnos mediante el sacrificio de Cristo. Nos amó mucho antes de que nosotros le pudiésemos amar, por su amor nos predestinó para hacernos sus hijos. De este modo nosotros nada podíamos hacer, no merecíamos tanto amor y sacrificio, pero Su voluntad era esa, que no hiciéramos nada para recibir su salvación y tener en nosotros Su presencia, haciéndonos dignos de ella.

Pero hay algo que Jesús sí nos dijo que debíamos hacer “Ustedes deben ser perfectos como Dios, su Padre que está en el cielo, es perfecto.” San Mateo 5:48 (TLA) ¿Ser perfectos como Él? Bueno, es algo que para el hombre es imposible, simplemente no damos la talla, erramos al blanco una y otra vez, creyendo que con esto podemos descalificarnos y crear un sentimiento de culpa que nos llevaría a decir no lo merezco, no soy digno. Pero esos son pensamientos que van en contra del plan de Dios, porque nos llevan a pensar que son nuestras propias fuerzas y por nuestros méritos que lo conseguimos. Por ello el Padre ha enviado a su Hijo para que dejemos de errar el blanco, por lo tanto, nuestro valor ha sido dado por el sacrificio de Cristo Jesús, es por su esfuerzo y sufrimiento que hemos sido dignos, completamente digno, no por lo que podamos hacer, sino únicamente por Su soberana voluntad.

“…Poder tiene la sangre de Cristo. Porque por medio del Espíritu, que vive para siempre, Cristo se ofreció así mismo a Dios como sacrificio sin mancha ni pecado. Su sangre nos purifica, para que estemos seguros de que hemos sido perdonados, y para que podamos servir a Dios, que vive para siempre.”

(Hebreos 9:14 TLA)

Solo debemos acudir a la sangre de Cristo, cada vez que nos llenemos de culpa y vengan sentimientos que nos lleven a las obras muertas (hacer méritos para ganar el favor de Dios), debemos llenarnos de la confianza que Cristo ha hecho el sacrificio suficiente para liberarnos de toda condenación. Nuestra esperanza es Cristo quien nos ha dado vida eterna, el Padre nos ha elegido para que podamos emanar Su presencia, para ello debemos transformar nuestra mente y evitar las obras muertas. De esta manera estaremos conscientes que Su presencia está en nosotros y sobre nosotros, todo porque Él nos ha hecho dignos y merecedores de Su gloria.

Escrito por Nina Gutierrez para www.ConectadosConCristo.com