“El Señor me librará de todo mal y me preservará para su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. (2 Timoteo 4:18 NVI)

Maldición o castigo, en el ambiente más tenebroso y confuso, tuve un encuentro personal con Dios, en dónde Él vio la desnudez de mi alma y mi verdadera esencia y aun así, no me rechazó. Sino por el contrario, me tomó entre sus brazos para susurrarme con la más dulce voz, que me ama.

Soy una guerrera, sobreviviente de la más cruenta batalla que una mujer haya podido librar, al ver desmoronarse su familia sin poder hacer nada. Pero al mismo tiempo, experimentar la misericordia de Dios, no solo porque me haya concedido lo que le pedí en oración, sino porque fue generoso al restituir cada cosa que me había sido arrebatada al ciento por uno.

Fue en la oscuridad que aprendí a valorar mi vida, a verme en un espejo y reconocer que soy una obra de arte del Señor. Entendí que tengo un propósito que cumplir y  que soy importante para Él. Me hice fuerte, no por las innumerables caídas, sino por las incontables veces que he tenido que levantarme y seguir avanzando. Aunque no entienda lo que sucede a mi alrededor. En las tinieblas, conocí a mi ayudador, a mi salvador, a quien iluminó mi camino y me motiva a soñar, a creer, a intentar una y otra vez y a no desfallecer.

Tuve que tocar fondo para reconocer el poder de Dios en mi existencia. Dejar de lado los pequeños dioses que gobernaban mi vida. Derribar fortalezas y vencer gigantes, antes de disfrutar una nueva vida, en donde sobreabundan las bendiciones. Tuve que estrellarme con las murallas, para dejar de temer a lo desconocido; permitirme perder, para ganar; dejar de ser lo que quería ser, para llegar al lugar a dónde Él, me ha traído hoy, superando toda expectativa.

No me rendí, me aferré a la esperanza que me brindó y a cambio me recompensó de la mejor manera. Vivo por Él y para Él, y quienes intentaron matar mi espíritu y pensaron hacerme mal. No lo lograron, porque fue el Señor mismo, quien transformó ese mal en bien (Génesis 50:20 NVI).

Lo amo y jamás quiero volver a tener un día sin Él. Lo es todo para mí. Ya no hay vacío en mi corazón, sonrío…tengo fe…le creo…es mi rey, mi todo…ya no tengo miedo.

“No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien”
(Romanos 12:21 NVI)

 Escrito por Lilo de Sierra para www.conectadosconcristo.com