En Venezuela hay dichos populares como: familia es familia; el que le pega a la familia se arruina, o, la familia es primero. Son muy usados, sobre todo, cuando sentimos que un integrante de la familia puede herir a alguno de la misma. Tratamos en todas las maneras posibles de resguardar a aquellos que consideramos que pertenecen a nuestro núcleo o círculo de confianza. Nos parece que los lazos sanguíneos terrenales son uno de los más fuertes que existen aunque en las escrituras encontramos otro.
“Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” Gálatas 6:10.
Nuestros hermanos en Cristo son precisamente eso, ¡nuestra familia! Compartimos un lazo sanguíneo no terrenal más celestial por medio de Jesús. Muchas veces no escatimamos la relación estrecha que tenemos con aquellos que reconocen, como nosotros, a Dios como Padre. Les vemos como solamente amigos, personas que meramente comparten nuestra fe y, lamentablemente (en algunos casos), como desconocidos con los que nos topamos en una iglesia. Que terrible es tener la oportunidad de tener una familia tan amplia y, no reconocerla y sentirnos parte de ella.
Proverbios 17:17 nos dice lo siguiente: “en todo tiempo ama el amigo, Y es como un hermano en tiempo de angustia”.
Los lazos que podemos llegar a compartir con nuestra familia en Cristo pueden ser aún más íntimos y fuertes que los que compartimos con nuestra familia de sangre terrenal. Con esto no busco menospreciar a quienes representan nuestra familia consanguínea; empero enfatizar el hecho de que la relación que compartimos con nuestros hermanos, por medio del sacrificio de Cristo, puede ser igual de estrecha o aún más.
Es posible que algunos digan que han tenido diferencias con hermanos en Cristo y que llevársela con personas con las que no son de casa (con otra forma de pensar; crianza y costumbres diferentes) no es nada fácil. Esto es cierto. Toda relación puede tener sus diferencias y fricciones. No obstante, cuando estas son llevadas a Dios y vemos a nuestros hermanos como Jesús los ve (y como Él nos ve a nosotros), podemos contemplar que es posible disfrutar de la compañía y amistad de aquellos a quienes podemos llamar hermanos. Y como les consideramos hermanos debemos también nosotros mostrarnos y ser hermanos para ellos.
Si aún no has conocido a Dios hoy te invito ser parte de su familia y tener una relación personal con Él. Está en ti el decidir si lo aceptas.
Escrito por Raquel Roa para www.conectadosconcristo.com