“La mano del Señor vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos. 2 Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos. 3 Y me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?» Y yo le contesté: «Señor omnipotente, tú lo sabes»”.
(Ezequiel 37 NVI)
Estoy seca por dentro. Miro mi reflejo en el espejo y veo que mi pasado aunque he intentado dejarlo atrás, me persigue cual león rugiente buscando devorarme sin piedad. En algún momento del camino que he recorrido, quedé estéril. Me cuesta expresar lo que siento, abrir mi corazón o brindar amor. Cualquier rechazo o desprecio sin importar su naturaleza, inexplicablemente me paraliza…
Quizás sea el miedo a darme cuenta que solo el amor puede revivir lo seca que se encuentra mi alma en ese aspecto. Sonrío pero mi corazón llora; me veo tranquila, pero en mi mente se libra una guerra por mi estabilidad. Me refiero a esa guerra espiritual entre el bien y el mal que tanto hemos escuchado; soy vencedora, lo sé; solo falta que lo crea y me apropie de esa verdad.
Solo Dios sabe lo que duelen mis cicatrices y cuánto me esfuerzo por escapar, por romper las ataduras que aprisionan mi garganta buscando ahogar mis sueños. Solo Dios sabe el valor de cada remiendo en mi corazón y sólo Él conoce cuan duro ha sido este proceso que aún no acaba, porque Él aún hoy sigue tratando de sanar heridas que continúan sangrando aunque han recibido tratamiento.
Cada noche en la intimidad de mis pensamientos, le pido que me de la fuerza y valentía que necesito para seguir adelante. Que me permita omitir, obviar, pasar por alto y perdonar aquello que me oprime. Clamo por su piedad y misericordia. Ruego que me rescate pronto, porque siento desfallecer y Él es el único que puede sostenerme y darme alas para poder volar por encima de la tempestad.
La restauración es un proceso constante. El Señor nos advirtió que enfrentaríamos diversas pruebas y no en vano nos recuerda que Él está a nuestro lado SIEMPRE. Cada día tenemos una batalla que ganar por nosotras mismas. Ser fuertes y valientes es una orden impartida porque evadir y huir de los conflictos no es la solución; enfrentarlos y tomar decisiones radicales sí y para eso necesitamos de su sabiduría y dirección.
Reconocer que somos vulnerables es solo el inicio. Reflexionar sobre el aprendizaje de los desiertos atravesados nos da un conocimiento que nos fortalece. Cada hueso seco en nuestros valles áridos, tienen una importancia innegable en lo que hoy somos como personas. No podemos cambiar el ayer, pero las decisiones que tomemos hoy, marcarán un futuro diferente, lleno de la paz que tu esperas.
Creemos en Dios, pero…. ¿Creemos en lo que Él nos dice? a menudo silenciamos su voz. Buscamos amor en personas de carne y hueso que como nosotras son imperfectas; aceptación de un mundo que ha optado por ignorarlo; reconocimiento por lo que sabemos debemos hacer. Nos negamos voluntariamente a reconocer delante del Señor que le hemos fallado, que nos quedó grande cumplir con nuestro llamado, porque hemos estado distraídas en lo temporal y superficial, porque hemos fijado nuestra mirada en las cosas de la tierra y no en las del cielo, que finalmente son las que nos van a garantizar una vida eterna junto a Él.
Para mantenernos firmes necesitamos recordar las promesas que nos han sido concedidas. Aferrarnos a algo mucho más grande y poderoso. Entregar nuestras cargas para que sea Él quien cuide de nosotras. Permitir que seamos moldeadas según su voluntad para llegar a ser mujeres con un propósito claro que no da cabida al odio, el resentimiento, el orgullo, la arrogancia o el exceso de control y que hacen de sus cicatrices un voz a voz de lo que un Dios que nos ama infinitamente puede hacer cuando lo dejamos actuar.
No te prometo que el ser moldeadas no duela; por el contrario, arde, pulula, hiede. Para ser mejores tenemos que sacar de nuestro interior la basura para que nuestra fragancia sea agradable a los ojos de nuestro Dios y las raíces de amargura que hemos dejado sembrar, deben ser arrancadas en su totalidad. Convertirnos en una mejor versión de nosotras mismas demandará mucho más, nos obligará a renunciar a un antes para dar paso a un después en alineación total con el Señor. No será fácil, a lo mejor quedaremos agotadas; pero habrá recompensa y al final sabrás que tu perseverancia habrá valido la pena.
“Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas»”.
(Josué 1:9 NVI)