“Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada! Si no tengo amor, de nada me sirve hablar de parte de Dios y conocer sus planes secretos. De nada me sirve que mi confianza en Dios me haga mover montañas. Si no tengo amor, de nada me sirve darles a los pobres todo lo que tengo. De nada me sirve dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás”.
(1 Corintios 13:1-3 TLA)
En algún momento de mi vida me convencí que al demostrar amor, me veía como una mujer débil y eso era algo que no podía permitir. Tengo el mejor ejemplo de compromiso y lealtad de parte de mis padres, son 45 años compartidos, permaneciendo firmes ante la tempestad; nos han enseñado a mis hermanos y a mí, a través de su ejemplo, la poderosa fuerza de un beso, un abrazo o una simple tomada de mano sincera y honesta.
En mi caso, debo confesarles que a veces me siento paralizada ante el reto de ser tierna o amorosa con mi esposo y aunque intento por todos los medios posibles identificar aquello que me impide hacerlo, no lo he logrado. Revisé mi niñez y mi adolescencia y no puedo culpar por mis fracasos ni a mi educación militar ni a mi fallido primer matrimonio con el padre de mis hijas; y al no tener opciones, me resta ver hacia mi interior y hacer un diagnóstico objetivo del problema.
El Dios al que le debo mi vida entera me dijo en Isaías 43:18-21 que debía dejar mi pasado atrás para que las heridas sanaran y dejaran de sangrar; sin embargo, es inevitable regresar al borde del abismo cuando las tormentas arrecian en mi relación de pareja. Mi esposo dice que tiendo a comparar el hoy con el ayer, pero al pegar un vistazo rápido, jamás cambiaría un minuto de mi existencia a su lado, por devolver el tiempo para iniciar de nuevo con otra persona. El aprendizaje ha sido enriquecedor y cada vez que me he visto cegada por la desesperación, aparece Jesús para hacer algo nuevo y sorprendente que me hace crecer como mujer valiente y decidida a ser feliz, al lado del hombre que Dios puso en mi camino, para poder verlo a Él en cada pequeño detalle o avance.
Basta con abrir los ojos para darme cuenta de lo privilegiada que soy. Cada año a su lado me ha enseñado que juntos podemos superar nuestras inseguridades y que de la mano del Señor, podemos lograr todo lo que nos propongámos, si trabajamos en equipo. Es necesario despejar mi mente de tanta basura y arrancar del corazón las raíces amargas que he dejado crecer por mi falta de perdón. Tengo que entender que nadie más que yo, soy responsable de las consecuencias que he tenido que enfrentar por mi falta de sabiduría.
Amar es un desafío. Aprender a aceptar nuestras diferencias no ha sido para nada fácil, porque en ocasiones prima más el egoísmo, el orgullo o el tratar de ganar grandes batallas emprendidas con falsos resultados positivos, porque en un matrimonio en problemas no hay ganadores, solo perdedores.
Me ha faltado determinación. Retarme a hacer lo que nunca antes pensé podría hacer. Marcar la diferencia. No cometer los mismos errores, no tropezar una y otra vez con la misma piedra. Obedecer a Dios, entregarle a Él el control de mi relación, dejar de pensar en que Él lo cambie para que comience a cambiarme a mí. Debo trabajar en mis maneras de reaccionar, en mi forma de referirme a él y de él delante de otros y en mi manera de corresponder a sus esfuerzos por ser un mejor esposo, amante, padre y amigo. Convertirme en fan enamorada y no en implacable juez.
Cuando lo planeado se lleve a cabo, me habré demostrado que hay más amor y ternura en mí de la que siempre he creído, porque fui concebida por un Dios que se tomó el tiempo de hacer de mí alguien especial.
El verdadero amor sobrepasa toda barrera impuesta por el hombre. No consiste en cuanto voy a recibir, sino en cuanto estoy dispuesta a dar. Es aquel que le demuestro al Señor cada día a través de mis acciones y decisiones. Se ofrece de manera incondicional buscando nutrir el alma de mi contraparte, con pequeñas muestras de lo que se siente experimentar la unidad con el Señor, con el deseo inherente de ver realizada e inmensamente feliz a mi esposo. Radica en dar lo mejor de mí, sin esperar nada a cambio reconociendo que con mi esfuerzo, le agrado a Dios y en poner mis expectativas en el cielo, para que cuando él falle yo apele a mi confianza plena en que mi Padre Celestial tiene el poder para arreglarlo todo, si he sido fiel en mi pacto con Él.
“Hay tres cosas que son permanentes: la confianza en Dios, la seguridad de que él cumplirá sus promesas, y el amor. De estas tres cosas, la más importante es el amor”.
(1 corintios 13:13 TLA)