“El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha. El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas”.

(Salmos 126 NVI)

Esta promesa me la regaló el Señor en una de esas tantas crisis en las que uno no entiende por qué suceden las cosas. Nuestra visión es limitada y vivimos el hoy sin mirar más allá en el horizonte. Si perseveramos, permanecemos firmes y somos obedientes, aunque nos duela el corazón, el respaldo del Señor no demorará en manifestarse.

No rendirse ante la adversidad es una de las características de las personas resilientes y la resiliencia es el resultado de la restauración que solo Dios puede lograr en las personas que eligen seguir sus caminos.

El proceso no es fácil, no se da de la noche a la mañana y el precio que tenemos que pagar a veces es muy alto. Debemos renunciar a todo aquello que nos separa de Dios, hacer siempre lo correcto, orar y no pagar mal con mal, así la fuente de nuestra tristeza se lo merezca y este tipo de decisiones cueste, pero al final la recompensa recibida será mucho más grande de lo que nosotros podamos imaginar.

Tus lágrimas las recoge el Señor y las transforma en perlas preciosas. Él está al tanto de lo que sucede a tu alrededor y jamás permitirá que quedes en vergüenza. Cree en él, confía y permítele actuar ¡no te defraudará!

Oremos

Amado padre Celestial, dame la fuerza para esperar paciente tu voluntad, confiada en que tu amor y misericordia tienen el poder de sanar las heridas causadas por terceras personas. Creo en ti y sé que estás a mi lado, que no estoy sola y que eres lo único que necesito para ser feliz. Mi corazón está dispuesto, dejo atrás todo aquello que te desagrada para que te sientas orgulloso de mi. Te doy la gloria y la honra, en el nombre de Jesús, amén.